jueves, 7 de junio de 2012




QUE VEINTE AÑOS

NO ES NADA…

Afirma el popular tango que veinte años no es nada, y apunto yo que, según para qué, veinte años es toda una vida, o cientos, y seguro que miles en el caso que nos ocupa. Vayan pues por delante mis sinceras felicitaciones para el grupo humano que conforma ANAA (y aún mayores parabienes para sus representados peludos), algunos de cuyos miembros apenas conozco de un par de encuentros y el intercambio de unos pocos correos electrónicos, superficial relación, como se ve, consecuencia lógica, supongo, de mi timidez y de su discreción. Siendo veinte años una más que generosa mochila de vivencias para cualquiera que vea pasar la vida desde su espíritu anodino –una deprimente mayoría en esta sociedad, no nos llevemos a engaño–, imagino lo que supondrán si se emplea todo ese tiempo en ayudar a los demás, que “los demás” son sin duda perros, gatos, caballos, y otros amigos “menores” de la casta roedora, a quienes estos hombres y mujeres rescataron del infierno y les acabaron ofreciendo el paraíso, pues son por lo general chuchos y mininos tipos bien conformistas en dicho aspecto: no necesitan ellos sino un hogar confortable, una familia, y un hoy calcado del ayer que promete un idéntico mañana. Fiel ejemplo de que la felicidad anida tras cualquier esquina y que no necesita de sofisticadas recetas. Y, a pesar de la evidencia, nos permitimos el lujo los humanos de seguir sin aprender la lección…

Pero lleva por título esta sección un poco amistoso Denunciamos, y se me ocurre que, puestos a ello, podríamos reflexionar juntos sobre la imagen que se han labrado los defensores de los animales en esta sociedad marcada por el egoísmo y la banalidad moral, una comunidad atestada de gente y donde escasean sin embargo las personas, entiéndase la metáfora. Pesa como una losa a los desdichados animales la herencia milenaria que coloca a los humanos –como si acaso no tuviéramos nada que ver nosotros en el guión– en el centro del universo, ocupando ellos, sumisos, las zonas periféricas de la instantánea, reducidos a la categoría de mero atrezzo, los animales todos a nuestra entera disposición, que bien claro lo dejan ciertos sagrados textos, atribuidos por más señas al Altísimo, cuando toda la pinta tienen de haber sido pergeñados en pérfida comandita por los “bajísimos”. Están los animales colocados ahí para nuestro uso y disfrute desde que el tiempo es tiempo, como productos de saldo en una estantería, y el simple cuestionamiento de tal disposición se convierte en herejía, la misma que otrora se saldaba con la cremación pública del osado pecador. Algo hemos ganado con el paso del tiempo, no seré yo quien lo niegue, pero uno, descreído por naturaleza, sigue advirtiendo –en la sociedad en general y en las instituciones públicas en particular– una Inquisición encubierta, convenientemente maquillada –eso siempre– por expresiones edulcorantes como Democracia y Estado de derecho, lo que son las cosas y la ingeniería ideológica… Se abre camino el Animalismo a base de inusitado esfuerzo y todavía mayor coraje de sus miembros, verdaderos protagonistas de esta descomunal empresa, seres anónimos cuya máxima satisfacción supone ver cómo este o aquel animal, que llegó arrastrándose al refugio, sale de él apenas unos meses después dando saltos de alegría, acompañando a su nuevo y definitivo clan. No creo que haya atisbo de efectismo gratuito en la etiqueta elegida –“descomunal”– para calificar la tarea, por cuanto nos enfrentamos a un reto tan arduo como mutar la mentalidad social. ¡Casi nada! No conoce este humilde escritor mayor acto revolucionario.

Con cuantas luminosas excepciones procedan, continúa la Administración percibiendo en el Movimiento de Defensa Animal al enemigo, si no a abatir, al menos a combatir. (De similar forma se percibió en otra no tan lejana época al Movimiento Feminista o al Movimiento de Liberación Racial; cuestión de colores, cuestión de sexos, cuestión de derechos y de justas reivindicaciones, al fin y al cabo). Es así que la formulación de una “sencilla” denuncia puede convertirse y de hecho se convierte a menudo en auténtica pesadilla, a pesar de que los innumerables textos legales proteccionistas que inundan este bendito país debieran erigirse en santo y seña de la solidaridad bien entendida ante las autoridades, siendo como es la sociedad civil quien asume una labor que corresponde de facto al poder establecido, díganme si estoy diciendo algo extraño. Se comprueba con desolación que la misma entidad administrativa que se coloca medallas cuando aprueba un texto –siempre tras ímprobos esfuerzos de los diferentes colectivos sociales, subrayemos el detalle– se encarga luego de driblarla, y en cuanto puede hasta de ningunearla. Sin pretender que se regale nada a nadie, entiendo que en el ayuntamiento, en la diputación, en el gobierno autónomo de turno, deberían extender una alfombra roja y tener a punto una bandeja de humeantes canapés cada vez que aparece por la puerta un animalista, pues son ellos y ellas quienes se dejan la piel por un objetivo tan loable como cumplir la ley. Lejos de ser así, las más de las veces son percibidos como “sospechosos”, cuando no como “tocanarices”. Lo único que avala a la Administración en esta lid es el poder que ostenta, sabiéndose ella muy superior en recursos, y sucede que casi siempre la derrota animalista viene de la mano de la desazón y del hartazgo. ¿De verdad creemos que no es esto una forma de violencia soterrada? Resulta simplemente indignante constatar que habitamos en efecto un país donde a la Administración que todos financiamos le resulta con mucho más fácil ignorar la norma que a la sociedad hacer que se cumpla. ¡El mundo al revés!

Acude de nuevo a mi cabeza el estribillo del tango, repite como un soniquete que veinte años no es nada, y merece de nuevo ser contradicho cuando de practicar la solidaridad se trata, particular campo del ejercicio empático en el que hasta un segundo puede cambiar la vida de alguien para siempre, cuánto más han de aportar dos largas décadas, hagan cuentas. Aunque intuyo que –por fortuna– no necesitan estos amigos palabras de aliento, mucho ánimo en este comienzo de los siguientes veinte…






[*] Acaba de publicarse este artículo en el último número de la revista 4PATAS, que edita la Asociación Nacional Amigos de los Animales (ANAA). Pretendo con el texto, además de a ellas mismas (abrumadora mayoría femenina, es lo que hay) por su vigésimo cumpleaños como entidad, rendir un sincero homenaje a todas esas personas que sacrifican parte de su vida (familia, dinero, y en según qué casos hasta imagen social) por algo que seguro no tiene precio: la solidaridad hacia el desheredado. Y con ellas pretendo disfrutar de una jornada (domingo 17 de junio, XVI Concurso de Perros sin Raza) que, en mi caso particular, asumo como un chute de optimismo anual después de tanta mierda digerida a lo largo de la temporada. Siendo que las imágenes que ilustran este texto fueron tomadas durante la edición pasada, no hay excusa para perderse esta. ¡NOS VEMOS ALLÍ!






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