lunes, 30 de diciembre de 2013



NO COMPRES AMIGOS EN NAVIDAD
  
Según cálculos de años precedentes, al menos un cuarto de millón de animales es regalado durante la época navideña. Es evidente que en su inmensa mayoría se trata de adquisiciones compulsivas, sin tener en cuenta las nefastas consecuencias que para muchos de ellos tendrá dicha decisión. Sobre todo en el caso de los llamados “animales exóticos”, bajo cuya denominación podemos descubrir prácticamente a cualquier especie susceptible de rentabilidad económica, sea reptil, roedor, anfibio o insecto. A partir del momento de la compra, la trayectoria de estos desdichados se repite dramáticamente en la mayoría de las ocasiones. La seducción inicial pronto se torna en pereza al comprobar que el animalito requiere en realidad más cuidados de los que nos anunciaron en la tienda. Con independencia de su especie, todos tienen importantes necesidades tanto biológicas como emocionales, que desde luego no podrán satisfacer ni de lejos en un ambiente tan restringido y pobre como una pecera o un terrario, donde apenas pueden guarecerse de la presencia humana, que, dicho sea de paso, ellos siempre advierten como un peligro potencial (¡no saben que se trata de un peligro real y en marcha!). El estrés y una alimentación defectuosa acaba por enfermarles, pero se trata de seres que por su propia naturaleza no consiguen transmitirnos sus estados de ánimo de manera tan eficaz como puedan hacerlo otros más familiares como los perros o los gatos. Se inicia así un proceso de agonía que en el caso de algunas especies de metabolismo lento puede durar meses, hasta que al final acaban en el cubo de la basura, regalados a terceros o soltados en un medio que no es el suyo. En el primero de los casos, con frecuencia permanecen aún vivos cuando son retirados al vertedero. El segundo no suele suponer una mejoría, pues se concibe más bien como una forma rápida de deshacerse de lo que ahora es ya un estorbo, con lo que el periplo no hace sino alargarse. Y el tercer supuesto supone uno de los mayores problemas que hoy existen para el equilibrio ecológico, además de convertir a sus infortunados protagonistas en “especies invasoras”, siniestra etiqueta que las distintas administraciones no tienen recato alguno en colocarles, a pesar de que buena parte de la responsabilidad recae precisamente en los ayuntamientos, quienes en muchos casos están obligados por normativa a exigir cada cierto tiempo a los establecimientos de venta de animales una lista completa de entradas, salidas y datos de los adquirientes. Puedo asegurarles que prácticamente ni uno solo de los ayuntamientos españoles cumple este apartado, a pesar de lo cual algunos emplean dinero público en organizar eventos precisamente sobre las especies invasoras, teniendo cuidado de ocultar una dejación propia tan inadmisible como la mencionada. Ni que decir tiene que las mismas entidades que desprecian la legislación vigente son las mismas que emplean a continuación expeditivos métodos para “controlar” las especies que ocupan diversos espacios naturales. Lo habitual es que la estrategia pase por la eliminación física (muchas veces empleando burdos métodos también ilegales), con lo que al final vemos cómo una injusticia se reproduce en repetidas ocasiones a lo largo de todo el proceso.

Por lo que hace referencia a los llamados “animales de compañía” (mejor los denominamos “animales de familia”), y como norma general, deberíamos negarnos a ofrecer dinero por cualquier animal. Ellos no deben ser considerados simple mercancía, sino seres sensibles similares a nosotros mismos, y por lo tanto merecedores de un mínimo respeto. La cuestión se agrava al comprobar que cada día en España deben ser sacrificados varios cientos de perros y gatos ante la ausencia de una alternativa mejor. Con una tragedia diaria como esta sobre nuestras conciencias, quien tenga la imperiosa necesidad de convivir con un animal de familia debería imponerse la obligación ética de rescatarlo de un refugio. Si la mayoría actuásemos así, tengan por seguro que el problema se vería reducido a la mínima expresión.

Se me ocurren algunos puntos básicos en cuanto a la convivencia con animales, que se pueden resumir en los siguientes:

UNO | Aceptar bajo el epígrafe de “ANIMALES DE COMPAÑÍA (FAMILIA)” tan solo aquellas especies que por su propia historia biográfica ya no tienen un sitio natural en el medio: PERROS Y GATOS.

DOS | NUNCA INTERCAMBIAR ANIMALES POR DINERO. Ello alimenta una concepción mercantilista de los mismos y los reduce a meros objetos de consumo. Además, hace que el montante de animales sin dueño se mantenga y se perpetúe la tragedia.

TRES | Si alguien decide convivir con un animal, debería ADOPTARLO SIEMPRE DE UN REFUGIO o RESCATARLO DE UNA SITUACIÓN TRAUMÁTICA.


Los animales no son objetos de compraventa, sino amigos: POR FAVOR, NO COMPRES AMIGOS EN NAVIDAD.

miércoles, 4 de diciembre de 2013




ARMAS DE DESTRUCCIÓN MASIVA


Adquirió gran notoriedad hace unos años el término “armas de destrucción masiva”, referido al terrorífico arsenal que ciertos países almacenan para tan poco noble propósito como matar personal a mansalva. Creo que también se conoce el pavoroso resultado como “genocidio”, aunque la etiqueta suene algo más añeja. Por muy atroz que se nos presente, al menos no podremos decir los humanos que nos resulte novedoso, pues genocidios hubo desde siempre: el primero nada más comenzar nuestra historia, cuando Caín se cargó él solito… ¡a una cuarta parte de la población mundial, se dice pronto!

Es bien curioso que solamos asociar determinada terminología tétrica con algo lejano, o como mínimo propio de países de culturas muy diferentes a la local… y por supuesto con sociedades regidas manu militari y lideradas por mesiánicos líderes. No nos vemos a nosotros mismos como “armas de destrucción masiva”, cuando sobradas razones hay para ello, si nos atenemos a la devastación que sembramos allá donde plantamos nuestros reales. Hemos convertido el planeta en un inmenso estercolero, y acaso lo peor de todo sea ese suicidio colectivo –invisible pero cierto– que supone el cambio climático.

¿A qué viene todo esto? De momento, les confirmo que en Iraq SÍ había armas de destrucción masiva. ¿Cómo se les queda el cuerpo? Tranquilos, que no le voy a dar la razón a nuestro geyperman ibérico y al chulito tejano. Ellos aseguraron ufanos que en efecto encontrarían un arsenal terrorífico… pero cuando afirmaban eso no tenían en mente platos, cucharas, tenedores y cuchillos.

Si nos atenemos a un par de factores que enseguida comentaré, pueda que la captura, cría, explotación y sacrificio de animales como alimento sea la mayor y más devastadora forma de violencia que pueda achacarse a la comunidad humana. Los factores vienen a ser los siguientes: el número de individuos, por un lado; y su grado de sometimiento (agresión), por otro. En cuanto al primero, confieso que siempre me paralizó la cifra: ¡3000 cada segundo! Pero más paralizado me quedé al saber que el fatídico número refiere en exclusiva a los animales sacrificados en los mataderos, pues no entran ahí los peces, por ejemplo, ni por supuesto los invertebrados, pobrecitos míos. Incluidos todos, nos iríamos a dígitos mareantes… 30.000, 40.000, 50.000 vidas únicas e irrepetibles segadas cada segundo. Soy el primero en reconocer la severa dificultad de colocarme en la “piel” de una nécora o en la “mente” de un bogavante… pero no sé por qué me da que a tan particulares animalillos no les hace ni pizca de gracia que los arrojen a una perola con agua hirviendo. Y no sé por qué escribo que “no sé por qué”, cuando en realidad sí que lo sé. Las nécoras tienen la sana costumbre de huir en dirección contraria al agua hirviendo (¡no hagan esto en casa!), precisamente. Y este simple hecho debería darnos qué pensar. ¿No creen? Y hablo de crustáceos, insisto, de quienes nos separa un foso filogénico importante. Piensen ahora en un ave, y no digamos ya en un mamífero –un perro o un gato, sin ir más lejos–, ya me contarán qué diferencia hay entre nuestro querido periquito y un pollo de granja, entre Toby y un cordero, entre nuestro gato y el conejo que comparte paella cuando era de verdad conejo peludo y saltarín.

En fin, y a eso voy, que aquí les dejo la reflexión, para que la tomen en serio o me pongan verde en el apartado “deja un comentario”, a gusto del consumidor, que para eso están ustedes ahí y yo aquí. Porque, al igual que genocidios, revoluciones hay muchas, y pudiera ser que las más eficaces fueran las cotidianas y personales, pues al menos estaremos de acuerdo en que no habría guerras si cada cual se comprometiera en firme a no participar en ellas, o que la fatídica cifra antes señalada se vería disminuida si de verdad nos planteásemos la real “necesidad” de comernos a nuestros semejantes (lo son las nécoras y los bogavantes en cuanto a que huyen del agua hirviendo, como mismamente huiríamos usted o yo), descubriendo que otra alimentación es posible. Por múltiples y variadas razones, además, entre las que solo una tiene que ver con el respeto hacia los animales. Otro día hablamos de ellas. Que aproveche.



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