NO HAY `MATADEROS BUENOS´
Recientemente, la máxima autoridad civil
de Maule (en la provincia de Zuberoa, País Vasco francés) ordenaba el cierre
cautelar del matadero local, después de que trascendieran ciertas imágenes que
ponían en cuestión el protocolo de bienestar animal del centro. 'Poner en
cuestión' significa en el presente contexto que algunos operarios obviaban la
más elemental consideración hacia los animales que pasaban por sus manos. Así, desmembraban corderos aún conscientes,
degollaban terneros agonizantes y golpeaban con brutalidad a otros.
Las terribles imágenes
fueron recogidas por cámaras colocadas en lugares estratégicos ―de manera
clandestina, claro está― por activistas de una entidad proteccionista gala. La
clausura tiene mero carácter cautelar: apenas una semana, el tiempo que
necesite la policía para recabar los datos necesarios. De hecho, con toda
probabilidad esté a pleno rendimiento cuando este artículo vea la luz. Los treinta
y pico empleados se quedaron sin trabajo durante dicho tiempo, y hasta hubo un
par de despedidos, que además se enfrentan a penas de cárcel y a fuertes
multas.
Califico de 'terribles' las imágenes, y he
de confesar sin embargo que no las he visto. Hace años que intento evitar que
se me cuele por la retina toda esta mierda. Porque ya vi mucho, y porque ya
poco me aporta constatar con mis propios ojos que alguien apalea hasta la
muerte a un aterrorizado corderito. Supongo que mi cobardía tiene estrecha relación con la supervivencia emocional.
En el citado matadero
se sacrifican cada año setenta y cinco mil almas. Esto da una media de más de
doscientas cincuenta diarias, descontados festivos, que para eso tienen los
operarios derechos sindicales.
Muchas veces he pensado en cómo se mata
una vaca. En cómo se la mata de manera 'natural', quiero decir. Yo no
sabría qué hacer para quitarle la vida si me dejasen con ella en un prado, por
ejemplo. Imagino que a la primera pedrada el animal se alejaría bamboleando su
corpachón ladera abajo. O quizá decidiera devolverme mi propia medicina, y poco
recorrido tendría un servidor ante una mole de quinientos kilos. Es bastante
más probable que saliera peor parado yo que ella. Pero en un matadero local, de
pequeñas dimensiones, matan treinta de esos gigantones cada hora: uno cada dos
minutos. Y no solo lo matan, sino que además lo despedazan hasta donde sea
preciso: cabeza por aquí, pellejo por allá, vísceras por acullá… En apenas unas
horas, cientos de individuos más o menos sanos entran por su propia pata en el
recinto, y salen de él descuartizados y mezclados en cajas apilables: ojos con
ojos, hígados con hígados, tráqueas con tráqueas.
Al hilo del caso
referido, los veterinarios explicaron
que, en líneas generales, “los
trabajadores de los mataderos son reclutados a menudo por sus condiciones
físicas, y no por su sensibilidad hacia los derechos de los animales”.
Me parece una afirmación bien contundente. Por ser cierta, y además porque
exhibe una mentalidad entre extraña y macabra. Desde luego que no les concedo a
sus autores ni rastro de mala fe. Pero al tiempo me resulta imposible no hacer
la subsiguiente reflexión sobre qué entenderá esta gente por “derechos de los animales”. Violar estos
debe de significar en su cabeza apalear corderos, degollar vacas conscientes, y
poco más. Por consiguiente, no supondría ir contra esos derechos separar madres de hijos a muy temprana edad, ni
trasladarlos compartimentados al infausto centro de exterminio, o mismamente
soltarles un disparo en el entrecejo. Uno cada dos minutos. El ministro de
Trabajo habló en similares términos, reconociendo una “crueldad innecesaria” en la actitud de los trabajadores. En fin…
Seamos claros. Con independencia de que
se sea militante animalista acérrimo, de que se crea en una mejora de las
condiciones de vida (y de muerte) de los 'animales de renta' o de que
sencillamente se tenga un atisbo de humanidad, hemos de concluir que aun el más
'pulcro' matadero ―¡el number
one de los mataderos del mundo mundial!― genera inmensas dosis de sufrimiento en su doble vertiente: física y
psicológica. ¡No puede ser de otra forma! Pues no cabe imaginar a operario
alguno que albergue un poquito de compasión en su pecho. De ser así, quiero
pensar que enloquecería a las primeras de cambio. O quizá es que han aprendido
a correr un tupido velo sobre sus conciencias nada más fichar a la entrada del
recinto.
Las autoridades
pretenden convencernos de que, caso de no haber acontecido dichos 'excesos', el
matadero de Maule sería un 'buen matadero'. Creo que los 'mataderos buenos' no
existen, y que por tanto la expresión se nos presenta en sí misma como un puro
y demoledor oxímoron.
Recuerdo haber
leído hace muchos años un reportaje sobre mataderos en cierta publicación
animalista. Entrevistaban a un operario, precisamente, solicitándole su parecer
sobre la opinión generalizada de que los matarifes han de ser por fuerza gente
ruda. Él, lejos de desmentirlo, lo aceptaba resignado: “¿Y cómo quieren que seamos, si pasamos buena parte del día con sangre
hasta los tobillos?”.
[*] Escribí este artículo para El caballo de
Nietzsche, el blog animalista de eldiario.es.
abril 2016