Confirmado: el lobo feroz no se comió a la abuelita.
¡Es todo un cuento! Como lo es que los lobos, en general, se caractericen por
una especial 'ferocidad', o incluso cierta 'mala fe'. Son simplemente lobos, y como tales se comportan,
tratando de conseguir su condumio diario y sacar a sus familias adelante, como
hace aquí todo bicho que se precie, con nosotros los humanos en la lista.
Lo que sí parece claro es que el lobo
no lo tiene fácil en ninguna parte, y menos en Euskadi. Por estos lares se le
persigue con saña, en una guerra unilateral liderada por las administraciones
públicas, lo que sirve de escudo protector a los ganaderos, quienes exigen a
pleno pulmón su 'derecho'´ a explotar a ovejas y cabras, negando al tiempo a
los lobos su derecho a la vida y a la integridad física.
Hace apenas unos días la Diputación
Foral de Bizkaia autorizó una batida en Karrantza (zona oeste de la provincia),
con el desolador resultado oficial de cuatro ejemplares muertos. Esto bien puede
significar en la práctica que las autoridades competentes hayan exterminado al
lobo en esta tierra. Por dos razones. La primera es que, si acaso hubiera algún
superviviente de la razzia, quedaría
dispersado sin posibilidad reproductiva alguna. La segunda apunta al inequívoco
deseo institucional de borrar del mapa vasco la especie, pues el permiso no
establecía cupo alguno de cadáveres.
El debate sobre el lobo puede abordarse
desde muchos prismas, y yo quiero hacerlo aquí desde el puramente ético (¿animalista?). Porque no me acaba de
convencer la fórmula bipolar de abordar el tema: de un lado, los ganaderos; de
otro, los ecologistas. ¿Qué pasa con los 'derechos individuales', que siempre
quedan relegados a un plano menor ―cuando no inexistente―? Aproximarse al
escenario desde esta perspectiva conlleva tener en cuenta no solo a los lobos,
sino a otros animales, como mismamente los explotados por el sector humano (ovinos,
vacunos, équidos). Huelga decir que hoy, en pleno siglo XXI y en el llamado
Primer Mundo, la praxis ganadera queda muy cuestionada desde el punto de vista
de la supervivencia. Y también los perros pastores, usados como simple
herramienta de trabajo por sus dueños, y a los que se escatima por decreto la
experiencia de una vida plena como miembro de un clan humano (una verdadera
familia, en definitiva).
Convendría establecer de principio
determinados hechos ciertos, como son las [distintas] sensibilidades que guían
y sustentan el ecologismo y el animalismo clásicos. Y no me parece pertinente tratar de maquillar ni uno ni otro
para poder presentarlos en sociedad como idénticos, o siquiera como similares.
Mejor dejar que cada realidad ocupe su puesto y que cada cual elija (ambos, por
ejemplo). Porque son en sí mismas deseables por separado, e incluso no debieran
tener especial problema para abrazos mutuos, y quién sabe si fundirse en un
momento dado.
Hecho el inciso, y centrado el tema en
el lobo, quizá el primer aspecto que merezca ser tenido en cuenta sea la propia
naturaleza del manejo del ganado en la actualidad. Al menos en el País Vasco,
el tradicional pastoreo dejó de serlo hace ya mucho, dado que hoy la mayoría de
los `pastores' echan sus ocho horas en la fábrica, y suben al monte los fines
de semana, en una especie de “comunión mística con el medio”. De serlo, sería
este una suerte de 'pastoreo lúdico'. Así las cosas, es normal que en ocasiones
sean los depredadores de toda la vida ―quienes además se han quedado sin su
despensa natural, diezmada por los humanos hasta en algunos casos la práctica
desaparición― los que procedan a servirse su ración cotidiana. En tales
circunstancias, cabe considerar la 'licitud moral' de los lobos para atacar a
las ovejas como bastante superior a la de los ganaderos para similar propósito.
Porque deberíamos dejar claro de una vez que la práctica de la ganadería
(incluida la extensiva) supone un 'ataque
frontal' a los derechos más elementales de los animales implicados. ¡Ya me
dirán si no qué es de facto tratar a
seres sensibles ―las ovejas lo son, sin duda― como simples mercancías, sin
dedicar un mínimo esfuerzo a procurar entenderlas, a ponernos en su lugar! A
ellas les apetece y les desagrada a grandes rasgos lo mismo que a usted o a mí.
¿Por qué habría de ser distinto?
Manifiestan los ganaderos que el lobo
afecta de manera grave a sus intereses. Y no les falta razón. Pero obvian con indisimulado
descaro que también los lobos los tienen. ¿O acaso alguien piensa que un
disparo en el costado o la pérdida de la compañera
sentimental son hechos inocuos para ellos? Sin ningún género de dudas, tales
cosas suponen dolor físico y tormento emocional, y los lobos están tan
interesados como podamos estarlo nosotros mismos en eludirlos. ¿Resulta
proporcionada la reacción de los ganaderos al matar y destruir familias ante
una pérdida que no supone para ellos sino una parte ínfima de lo que poseen? Salvo que nos abonemos a la discusión
reduccionista entre ecologistas y ganaderos ―con la administración como 'árbitro
casero' en este caso―, otras muchas reflexiones deben salir a la palestra en
este debate, y la ética global ocupa
aquí un lugar preferente.
Precisamente su carácter global nos obliga a
considerar a otros grandes olvidados: los perros. Se trata de animales usados ―en
su acepción más mecanicista― hasta su extenuación. ¿Alguien se ha parado a
pensar qué sucede con estos 'braceros' cuando cumplen cierta edad y ya no
responden con la eficacia inicial a su triste papel de matones? ¿Cumplen las instituciones públicas la normativa
proteccionista en tales casos? Los mastines destinados a
disuadir a los lobos con su imponente presencia apenas pasan de ser burdas
herramientas de las que el dueño del rebaño se deshará en cuanto no satisfaga
sus expectativas. Un torpe disparo, una cuerda al cuello, o lanzarlo vivo a una
sima son demasiadas veces los expeditivos métodos empleados por los ganaderos
para eliminar el 'material viejo'.
Los compañeros de Grupo Lobo Euskadi están llevando a cabo una [muy seria] campaña
para que el Gobierno Vasco incluya la especie en su Catálogo de Especies
Amenazadas. Al parecer, no existe una sola razón objetiva para que el Canis lupus no comparta lista con
arrendajos, musarañas y sapos parteros. Se puede firmar
todavía la correspondiente petición, apoyada por 26
organizaciones de todo pelaje y condición. Dicha
solicitud establece un hito doble. Por un lado, es la primera vez que entidades
'civiles' dan el paso para la inclusión de una especie en dicho catálogo (pues
hasta ahora siempre habían sido las distintas administraciones competentes). La
otra es el alto número de apoyos recibidos, lo que obliga al Ejecutivo a ofrecer una respuesta argumentada
(con su correspondiente informe que la avale), y no limitarse a una anodina
contestación monosilábica.
Varias veces se interpeló al Gobierno sobre las
razones para la ausencia en dicha lista de una especie tan emblemática como el
lobo (en calidad de gran predador, ocupa él solito la cúspide de la famosa pirámide trófica). Primero argumentaron
para su negativa que “El lobo no cría en
Euskadi”. Se demostró que sí lo hacía. Volatilizada la primera excusa, dijeron luego que la especie “Goza de buena salud en el resto del Estado”.
Este era el caso, en efecto, de un buen puñado de otras especies. Pero todas comparten
lista. Ahora ya no saben que responder, y prefieren dejar pasar el tiempo, por
ver si tanto ecologistas como animalistas se olvidan del tema. Pero va
a ser que no.
Las razones para la petición se
muestran contundentes, y pasan por que la especie cumple todos y cada uno de
los requisitos exigidos para su incorporación inmediata al listado; o que, de
seguir esta dinámica, la situación será por completo irreversible. Y por 'dinámica'
hemos de entender aquí la persecución sin tregua a todo lobo que ose pisar
Euskadi. Tenga o no pareja; tenga o no cachorros; tenga o no culpa. Añadamos
que la 'culpa' del lobo es la necesidad de alimentarse, como todo hijo de
vecino. Solo que a ellos se les pone a pedir de boca una estantería repleta a
la que ninguno renunciaríamos llegado el caso. Mencionaba antes un
pastoreo en muchos casos 'de fin de semana', por cuanto se dejan los animales a
su suerte hasta que el sábado al dueño se le ocurre hacer una escapadita al
monte a comprobar si su prole continúa intacta. Mejor
si lo decimos clarito: ¡esto ni es pastoreo ni es nada! [Conste que, en calidad de animalista, no lloraré el día que
desaparezca el último pastor]. Creo que ha de establecerse cuanto antes otra
forma de relación entre humanos y animales, muy distinta a la explotación y al
sacrificio sistemático en plena juventud. Pero desciendo por un momento al
suelo para el caso que nos ocupa, y manifiesto mi coraje ante la afectada
indignación de según qué urbanitas snobs
cuando les tocan su hacienda, mientras ellos se ponen hasta las trancas de
chuletones en la sidrería más cercana.
Insisto: si de intereses se trata, los lobos también
los tienen. ¡Y de bastante mayor calado que otros actores del escenario! Porque
digo yo que mayor será el interés en sobrevivir que en el de sacarse unas
perrillas extras.
Tengo entendido que en Alemania, por ejemplo, la
administración correspondiente 'induce' a los ganaderos damnificados por la
entrada de lobos desde Polonia a 'reconvertir' en cierto grado su actividad:
dedicación exclusiva, protocolo de avistamiento y comunicación de ejemplares…
Si al año se comprueba que no han cumplido su parte del pacto, se les retiran de
inmediato las posibles compensaciones económicas.
En el apartado de las paradojas, baste recordar que
algunas especies 'problemáticas' ―e incluso ocasionalmente homicidas, como el Tigre de Bengala en la India― gozan de una
estricta protección legal, mientras que los lobos vascos ('solo' ganadocidas, y además en grado mínimo)
siguen desamparados y en un permanente punto de mira.
¡Que venga el lobo! No pasa nada.
Porque estaba aquí antes que nosotros. Porque tiene pleno derecho a su parcela
en el mundo. Porque no sabe comer otra cosa que animales (a diferencia de lo
que sí sabemos comer nosotros).
El lobo forma parte de nuestra
cultura, de nuestra iconografía y de nuestros cuentos. El 'lobo malo' no
existe. No al menos en mayor grado que el 'humano malo'. Hagamos que comience a
formar parte también de nuestra ética colectiva.
( marzo
2016