El final trágico –hace apenas
unas semanas– de Swaantje supuso un auténtico mazazo emocional para toda la
comunidad animalista de Barcelona, la ciudad que la acogió hace ya algunos
lustros. Se trata de una historia apenas recogida por la prensa generalista (salvo excepciones),
pero que ofrece, más allá del dramático guión, la posibilidad de reflexionar
sobre protocolos erróneos, sobre criminales desatenciones administrativas y
hasta sobre comprensibles misantropías.
Swaantje
cuidaba gatos desde siempre, actividad que alternaba con sus clases
de alemán en un prestigioso centro formativo de la capital. Pasaba sus buenas horas en la ladera de
Montjuic, en el barrrio de Poble Sec,
donde desde luego no le faltaba trabajo, pues viven allí unos cuantos miles de
almas sin más esperanza que la que le ofrecen personas como ella: asistencia veterinaria,
alimento de calidad, afecto… todo cuanto
seres amistosos como los gatos desean, en definitiva.
Swaantje
se hizo cada vez más gata y menos humana. Y un servidor,
que no la conocía absolutamente de nada hasta que fue cadáver y su caso corrió
como la pólvora en las redes sociales, comprende sin dificultad la progresiva
mutación de especie. Porque casi todo lo humano me repele, como intuyo que le
repelía a Swaantje, quien al parecer fue adquiriendo una condición de `huraña
misántropa´ que a mí me resulta tan cálido y familiar. No manejo yo otros
detalles, ni creo que sean necesarios para reflexionar en un artículo de
opinión sobre según qué cosas.
Por ejemplo, sobre el protocolo
de las administraciones de turno, que aprecian en buena medida a los
animalistas como “seres extraños”, cuando no como “locos de atar”. Puede que en
ciertas ciudades el escenario se dulcifique, mientras que en el medio rural se
torne más agrio y desolador. Pero entiendo
que, en mayor o menor medida, los gestores de lo público no hacen ni de lejos
lo que debieran en el campo de la protección animal. En parte por mero desatino
intelectual y en parte por mala fe, se acomodan en la inacción, cuando supone
esta precisamente el mayor crimen contra los animales: inacción hacia el
agresor, inacción contra la denuncia, inacción ante la corriente de cambio en
valores morales… Quizá fue un terrible malentendido y en realidad el
Ayuntamiento de Barcelona actuó como debía. Pero los animales sacrificados,
sacrificados están.
Y no es mala oportunidad para
reconocer que es esa reiterada mala praxis la que a menudo acaba generando el
desencanto de quienes se dejan la vida en el intento de ofrecer una vida digna
a los animales. Se abona así un escenario peligroso que muchas veces acaba de
la peor manera. Al sufrir una vez tras
otra el desinterés y la falta de eficacia de las distintas administraciones,
las cuidadoras se echan a la espalda una labor que en realidad corresponde al
ayuntamiento, pues los animales de cada localidad son en verdad “los otros
ciudadanos”. Asumen así estas `heroínas anónimas´ responsabilidades propias y
ajenas, macerando sin saberlo un serio riesgo para su salud. Un riesgo que pasa
a ser evidencia cuando las cosas no tienen vuelta atrás, tras pelearse hasta
con los bedeles de la casa consistorial por conseguir algo tan elemental como
que se medio cumpla la normativa. Es desde luego el caso de Swaantje,
quien, llegado un momento, renegó de su especie y se volcó en ayudar a otras.
Swaantje era bastante más joven de lo que aparentaba, y hablo de su aspecto
exterior, porque seguro que su corazón y su esencia superaban de largo la
centuria. Cerrada en sí misma, autoexigente hasta lo extremo y perfeccionista –como
buena alemana–, enviaba constantemente mininos a destinos centroeuropeos, allí
donde pudieran encontrar la merecida felicidad que aquí se les negó. Esta gente acaba padeciendo lo que algún
profesional ya etiqueta como Síndrome de
Fatiga Compasional, y que por su contundente nombre no necesita definición
médica adicional.
Un
nutrido grupo de personas despidió a Swaantje en un íntimo acto en el hermoso Pati Llimona de Ciutat Vella. Algunos de
los comentarios vertidos entre los asistentes se referían a que “Tenía
demasiada humanidad”, a que “Hizo demasiado”.
[*] Escribí
este artículo para el magacín digital AllegraMag.
( mayo 2015
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