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PREGUNTAS
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En calidad de portavoz de una organización animalista, trato con periodistas casi a diario desde hace más de veinte años. Por eso sé –o creo saber– de qué va esto. Lo sé hasta el punto de que un amigo abogado me recomienda que no acuda a los tribunales para reivindicar mi derecho al honor, pues en el mejor de los casos supondría el despilfarro de unos recursos en tiempo que no poseo, y prefiero emplearlos en mejores causas. Me dice que al final no compensa. No importa que alguien en nómina decida reservarte epítetos tan poco amistosos como “majadero descerebrado”, “cretino”, “terrorista intelectivo”, o “imbécil”. Entre otros. No importa que manifieste ufano que, en caso de tener un familiar entre las víctimas de la abyecta actividad terrorista, me daría “una somanta de hostias hasta que me saliesen cuernos y rabo”, para luego dejarme en manos de un tal José Tomás, por que hiciera conmigo lo que ahora hace con seres tan inocentes como yo con su mismo aplauso –me refiero al del periodista–. No importa nada de todo esto aunque se firme, se rubrique y se cobre, porque las cosas son como son y el mundo está montado como está montado. Es lo que hay.
Hace referencia el Sr. Nuñez a unas declaraciones mías. Supongo que se refiere a las del reciente mes de agosto. Digo lo de “supongo” por ubicarlas, pues es lo mismo que llevo afirmando (y sobre todo reflexionando) desde mediados de los pasados ochenta, echen cuentas, sin que al parecer nadie se haya dado por aludido. Lo mismo vomitado cientos de veces a prensa, radio y televisión, escrito otras tantas, y hasta un voluminoso libro recuerdo haber escrito donde desarrollo ciertas ideas con la serenidad y el espacio que merecen. Pero agosto es un mal mes para pensar, y peor aún para hacer partícipes de esos pensamientos a los periodistas, estando como están de vacaciones futbolistas y políticos. Un peligro. Y –qué quieren que les diga– mi condición de vasco no ayuda precisamente a eso que llaman “rigor informativo”. Quédense con esto: si tales afirmaciones las hace un extremeño allá por febrero, aquí nadie dice ni mu (lo siento, la expresión me salió sola). Resulta ontológicamente imposible –esto ahora se dice mucho– que el Sr. Nuñez haya leído mis declaraciones completas sin haberlas entendido, por muy provocadoras que le parezcan. Porque si lo hubiera hecho apreciaría en ellas una inequívoca condena a cualquier forma de violencia gratuita ejercida sobre inocentes, y no una condena parcial según especie, como la que desde luego percibo en él. Si alguien impasible ante ciertos sufrimientos ajenos se cree con autoridad moral para afear la conducta de quien asume una solidaridad global, es que las cosas están aún peor de lo que yo mismo pensaba.
De verdad que no se trata de ponerme ahora a replicar cada uno de los exabruptos que vierte en su escrito la persona mencionada. Tocando los cincuenta, me siento terriblemente viejo y cansado para ello. Es algo mucho más simple: demostrar con hechos nuestra cacareada naturaleza racional, y sobre todo ética.
Confieso que a mí siempre me sedujo la fórmula mayéutica de Sócrates, que no perseguía sino atar verdades haciéndose preguntas. La mismas que yo me hago a diario y para las que con frecuencia no encuentro respuestas. Preguntas como si acaso procedería dejar de buscar el famoso eslabón perdido, dado que quizá seamos nosotros mismos el interludio entre la irracionalidad salvaje y el verdadero ser humano. Con familia (humana y animal) e ilusionantes proyectos, sólo espero no tener que acabar haciendo uso de la cicuta.
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En calidad de portavoz de una organización animalista, trato con periodistas casi a diario desde hace más de veinte años. Por eso sé –o creo saber– de qué va esto. Lo sé hasta el punto de que un amigo abogado me recomienda que no acuda a los tribunales para reivindicar mi derecho al honor, pues en el mejor de los casos supondría el despilfarro de unos recursos en tiempo que no poseo, y prefiero emplearlos en mejores causas. Me dice que al final no compensa. No importa que alguien en nómina decida reservarte epítetos tan poco amistosos como “majadero descerebrado”, “cretino”, “terrorista intelectivo”, o “imbécil”. Entre otros. No importa que manifieste ufano que, en caso de tener un familiar entre las víctimas de la abyecta actividad terrorista, me daría “una somanta de hostias hasta que me saliesen cuernos y rabo”, para luego dejarme en manos de un tal José Tomás, por que hiciera conmigo lo que ahora hace con seres tan inocentes como yo con su mismo aplauso –me refiero al del periodista–. No importa nada de todo esto aunque se firme, se rubrique y se cobre, porque las cosas son como son y el mundo está montado como está montado. Es lo que hay.
Hace referencia el Sr. Nuñez a unas declaraciones mías. Supongo que se refiere a las del reciente mes de agosto. Digo lo de “supongo” por ubicarlas, pues es lo mismo que llevo afirmando (y sobre todo reflexionando) desde mediados de los pasados ochenta, echen cuentas, sin que al parecer nadie se haya dado por aludido. Lo mismo vomitado cientos de veces a prensa, radio y televisión, escrito otras tantas, y hasta un voluminoso libro recuerdo haber escrito donde desarrollo ciertas ideas con la serenidad y el espacio que merecen. Pero agosto es un mal mes para pensar, y peor aún para hacer partícipes de esos pensamientos a los periodistas, estando como están de vacaciones futbolistas y políticos. Un peligro. Y –qué quieren que les diga– mi condición de vasco no ayuda precisamente a eso que llaman “rigor informativo”. Quédense con esto: si tales afirmaciones las hace un extremeño allá por febrero, aquí nadie dice ni mu (lo siento, la expresión me salió sola). Resulta ontológicamente imposible –esto ahora se dice mucho– que el Sr. Nuñez haya leído mis declaraciones completas sin haberlas entendido, por muy provocadoras que le parezcan. Porque si lo hubiera hecho apreciaría en ellas una inequívoca condena a cualquier forma de violencia gratuita ejercida sobre inocentes, y no una condena parcial según especie, como la que desde luego percibo en él. Si alguien impasible ante ciertos sufrimientos ajenos se cree con autoridad moral para afear la conducta de quien asume una solidaridad global, es que las cosas están aún peor de lo que yo mismo pensaba.
De verdad que no se trata de ponerme ahora a replicar cada uno de los exabruptos que vierte en su escrito la persona mencionada. Tocando los cincuenta, me siento terriblemente viejo y cansado para ello. Es algo mucho más simple: demostrar con hechos nuestra cacareada naturaleza racional, y sobre todo ética.
Confieso que a mí siempre me sedujo la fórmula mayéutica de Sócrates, que no perseguía sino atar verdades haciéndose preguntas. La mismas que yo me hago a diario y para las que con frecuencia no encuentro respuestas. Preguntas como si acaso procedería dejar de buscar el famoso eslabón perdido, dado que quizá seamos nosotros mismos el interludio entre la irracionalidad salvaje y el verdadero ser humano. Con familia (humana y animal) e ilusionantes proyectos, sólo espero no tener que acabar haciendo uso de la cicuta.
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© septiembre 2010
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[*] Este texto es el derecho a réplica que me concedió el Diario de Jerez por la publicación de un artículo donde se me insulta de manera flagrante y se me amenaza de forma velada. Casi diría que una y otra cosa apenas me molestan a estas alturas, si no fuera porque quien las perpetra aplaude orgulloso el crimen de la tauromaquia y ejecuta animales inocentes como cazador deportivo. Y además ni siquiera empleó diez segundos de su tiempo en tratar de entender el sustento argumental de mis declaraciones ni tuvo en cuenta el contexto en que fueron realizadas. Como anécdota, puede comprobarse la línea de los comentarios dejados por distintos lectores del citado diario al respecto.
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Kepa, no, no hagas uso de la cicuta por favor. Las declaraciones de este fulano no te pueden afectar. “Elimina tu opinión, y eliminarás la queja “Me han ofendido”. Elimina la queja “Me han ofendido” y la ofensa ha desaparecido” Marco Aurelio. Ya sé que es difícil, pero no imposible. El propósito de este individuo ha sido hacerte daño, pues demuéstrale que no lo va a conseguir. Los comentarios al texto demuestran que somos muchos los que te defendemos. Qué más quisiera el autor de esta vomitera encontrar personas que con tanto acierto y justicia defendieran sus defecaciones. Ya lo dijo Benedetti: “ Los abruptos pueden ser violentos, tozudos y hasta sectarios, pero los exabruptos son siempre resentidos”. Éste es un resentido, no hay duda.
ResponderEliminarMuy buena la idea de que somos el “eslabón perdido”.
Y por favor, no te llames viejo si rondas los cincuenta porque entonces ¿qué somos los que ya los hemos cumplido?