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ESTIGMA
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[…]
–¡Entre ellos que se solucionen sus problemas! –corta la gallina haciendo un gesto despectivo con el ala–. ¡A ver si ahora vamos a tener que lamentarnos también nosotros por sus desdichas! Ellos son los agresores, que hasta los humanos víctimas de sus congéneres nos tienen por objetos, como dice Rita. Llevamos el estigma de “animales” aquí en la cocorota –se da golpecitos en la cabeza–, marcado a fuego. Si eres animal en la Comunidad humana estás perdido, no eres nadie. Basura. Tal vez tengas suerte si eres un perro de raza, pero se trata de excepciones contadas si nos atenemos a las cifras. En cuanto a la consideración que les merecemos, un animal es una mierda en la Comunidad humana. El estigma nos acompaña siempre, desde nuestro nacimiento perfectamente controlado, hasta nuestra muerte perfectamente mecanizada. Toda nuestra vida, la única que tenemos, “perfectamente” explotados día a día, hasta el final. ¿Queréis que os dé cifras de cuántas de mis compañeras perecen desangradas en una sola mañana, colgadas de las patas como si fueran (fuéramos) racimos de uvas, pasadas a cuchillo por operarios que luego van a la huelga para exigir sus derechos sindicales? ¡Hace falta tener poca vergüenza! Ellos tienen potentes organizaciones que defienden sus intereses, sus derechos, hasta los más nimios. Derecho a esto: ¡claro!; derecho a lo de más allá: ¡estupendo!; derecho a tal y cual: ¡cómo no, sólo faltaba! Y eso está bien, conste, yo haría lo mismo, pero… ¿cómo puedes pedir para ti un aumento de sueldo mientras colocas las cuchillas nuevas que rebanarán el gaznate a diez mil seres inocentes? –la gallina pone tal énfasis y pasión en sus palabras que nadie osa interrumpirla–. Yo misma estaba destinada a la cadena, y allí hubiera acabado de no ser porque el camión volcó en una zona solitaria… Tampoco es cuestión de soltaros aquí la chapa, que cada cual tiene su historia y su drama particular. ¡Pero no seré yo quien derrame una sola lágrima por los humanos, pobrecitos, los asesinos! Además, tienen suficientes organizaciones como para defender sus intereses, vuelvo a lo mismo. Que los colectivos que defienden a los animales apenas tienen recursos económicos, casi ni se les da cancha en los medios, y encima tienen que aguantar la matraca de “primero están los humanos”, que a mí eso me enerva si cabe más todavía. O sea, que defienden la idea de que deben prevalecer los derechos del torturador sobre los del torturado, porque es exactamente eso lo que encierra la afirmación. Yo te encierro a ti y a otros diez mil en naves infectas para quedarme con tus músculos y hacer un guiso, yo te torturo en las fiestas del pueblo y convierto el espectáculo en arte subvencionado, yo te fusilo y me las doy de guardián del medio natural, yo introduzco espuma de afeitar en tus ojos mientras te mantengo amarrado para que no escapes y voy de salvador de los enfermos, yo te despellejo vivo para robarte tu piel y dejo que mueras en la más terrible de las agonías… Pero cuando tú, animal ultrajado, secuestrado, apaleado hasta la muerte por el capricho más grosero, cuando tú, animal marcado con el estigma de “animal” te quejas por tu condición de ser inferior, por tu papel de paria entre los parias, y me pides responsabilidades a mí, al agresor, al que empuña el arma ante el desarmado, al único responsable de tu inmensa desgracia, entonces sales con lo de que tú estás primero. ¡Claro, muy normal! ¡Toda esta puta historia es muy normal, amigos! O sea, primero tú –señala con el dedo a un imaginario ser humano que tuviera enfrente– y después yo. O mejor dicho, siempre tú y nunca yo –la gallina, que había ido elevando su discurso a medida que avanzaba, calla de manera brusca, sabiendo que no necesitará hacer ningún esfuerzo para proseguir. Acierta–. Más o menos es así, ¿no, compañeros? ¿He exagerado? ¿La gallina loca ha exagerado? ¿Se le ha ido la olla a la gallina, pobre, todo el día con los focos encendidos encima, que han acabado afectándole el cerebro? –el ave se señala la sien con la punta del ala y describe círculos con ella. El discurso ha finalizado, todos lo perciben así.
Los aplausos son unánimes, y se acompañan de gritos de ánimo. Algunas caras conjugan emoción y rabia, ciertos ojillos se empapan.
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–¡Entre ellos que se solucionen sus problemas! –corta la gallina haciendo un gesto despectivo con el ala–. ¡A ver si ahora vamos a tener que lamentarnos también nosotros por sus desdichas! Ellos son los agresores, que hasta los humanos víctimas de sus congéneres nos tienen por objetos, como dice Rita. Llevamos el estigma de “animales” aquí en la cocorota –se da golpecitos en la cabeza–, marcado a fuego. Si eres animal en la Comunidad humana estás perdido, no eres nadie. Basura. Tal vez tengas suerte si eres un perro de raza, pero se trata de excepciones contadas si nos atenemos a las cifras. En cuanto a la consideración que les merecemos, un animal es una mierda en la Comunidad humana. El estigma nos acompaña siempre, desde nuestro nacimiento perfectamente controlado, hasta nuestra muerte perfectamente mecanizada. Toda nuestra vida, la única que tenemos, “perfectamente” explotados día a día, hasta el final. ¿Queréis que os dé cifras de cuántas de mis compañeras perecen desangradas en una sola mañana, colgadas de las patas como si fueran (fuéramos) racimos de uvas, pasadas a cuchillo por operarios que luego van a la huelga para exigir sus derechos sindicales? ¡Hace falta tener poca vergüenza! Ellos tienen potentes organizaciones que defienden sus intereses, sus derechos, hasta los más nimios. Derecho a esto: ¡claro!; derecho a lo de más allá: ¡estupendo!; derecho a tal y cual: ¡cómo no, sólo faltaba! Y eso está bien, conste, yo haría lo mismo, pero… ¿cómo puedes pedir para ti un aumento de sueldo mientras colocas las cuchillas nuevas que rebanarán el gaznate a diez mil seres inocentes? –la gallina pone tal énfasis y pasión en sus palabras que nadie osa interrumpirla–. Yo misma estaba destinada a la cadena, y allí hubiera acabado de no ser porque el camión volcó en una zona solitaria… Tampoco es cuestión de soltaros aquí la chapa, que cada cual tiene su historia y su drama particular. ¡Pero no seré yo quien derrame una sola lágrima por los humanos, pobrecitos, los asesinos! Además, tienen suficientes organizaciones como para defender sus intereses, vuelvo a lo mismo. Que los colectivos que defienden a los animales apenas tienen recursos económicos, casi ni se les da cancha en los medios, y encima tienen que aguantar la matraca de “primero están los humanos”, que a mí eso me enerva si cabe más todavía. O sea, que defienden la idea de que deben prevalecer los derechos del torturador sobre los del torturado, porque es exactamente eso lo que encierra la afirmación. Yo te encierro a ti y a otros diez mil en naves infectas para quedarme con tus músculos y hacer un guiso, yo te torturo en las fiestas del pueblo y convierto el espectáculo en arte subvencionado, yo te fusilo y me las doy de guardián del medio natural, yo introduzco espuma de afeitar en tus ojos mientras te mantengo amarrado para que no escapes y voy de salvador de los enfermos, yo te despellejo vivo para robarte tu piel y dejo que mueras en la más terrible de las agonías… Pero cuando tú, animal ultrajado, secuestrado, apaleado hasta la muerte por el capricho más grosero, cuando tú, animal marcado con el estigma de “animal” te quejas por tu condición de ser inferior, por tu papel de paria entre los parias, y me pides responsabilidades a mí, al agresor, al que empuña el arma ante el desarmado, al único responsable de tu inmensa desgracia, entonces sales con lo de que tú estás primero. ¡Claro, muy normal! ¡Toda esta puta historia es muy normal, amigos! O sea, primero tú –señala con el dedo a un imaginario ser humano que tuviera enfrente– y después yo. O mejor dicho, siempre tú y nunca yo –la gallina, que había ido elevando su discurso a medida que avanzaba, calla de manera brusca, sabiendo que no necesitará hacer ningún esfuerzo para proseguir. Acierta–. Más o menos es así, ¿no, compañeros? ¿He exagerado? ¿La gallina loca ha exagerado? ¿Se le ha ido la olla a la gallina, pobre, todo el día con los focos encendidos encima, que han acabado afectándole el cerebro? –el ave se señala la sien con la punta del ala y describe círculos con ella. El discurso ha finalizado, todos lo perciben así.
Los aplausos son unánimes, y se acompañan de gritos de ánimo. Algunas caras conjugan emoción y rabia, ciertos ojillos se empapan.
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ESTIGMA [autorrelatos]
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© enero 2011
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Kepa, voy a hacer lo posible para comprar tu libro y leerlo y releerlo, y apuntar notas, frases, reflexiones,... pero ya mismo.
ResponderEliminarKepa, ¡que eres demasiao!
Leyendo lo que has compartido con nosotros en tu blog me has dejado maravillada. ¿Pero, qué hace un ser humano como tú, con esta genialidad, en un sitio como éste? Reluces, sobresales como una linda flor del campo en un estercolero humano.
Eres genial!
¿Me dejas que lo publique en mi blog, poniendo tu firma y el enlace?
Gracias, Kepa. En esta parte del mundo, anclada en la prehistoria, necesitamos personas como tú.
¡No te rindas, por favor!