ARMAS DE DESTRUCCIÓN MASIVA
Adquirió gran
notoriedad hace unos años el término “armas de destrucción masiva”, referido al
terrorífico arsenal que ciertos países almacenan para tan poco noble propósito
como matar personal a mansalva. Creo que también se conoce el pavoroso resultado como
“genocidio”, aunque la etiqueta suene algo más añeja. Por muy atroz que se nos
presente, al menos no podremos decir los humanos que nos resulte novedoso, pues
genocidios hubo desde siempre: el primero nada más comenzar nuestra historia,
cuando Caín se cargó él solito… ¡a una cuarta parte de la población mundial, se
dice pronto!
Es bien curioso que solamos asociar determinada
terminología tétrica con algo lejano, o como mínimo propio de países de
culturas muy diferentes a la local… y por supuesto con sociedades regidas manu militari y lideradas por mesiánicos
líderes. No nos vemos a nosotros mismos
como “armas de destrucción masiva”, cuando sobradas razones hay para ello, si
nos atenemos a la devastación que sembramos allá donde plantamos nuestros
reales. Hemos convertido el planeta en un inmenso estercolero, y acaso lo peor
de todo sea ese suicidio colectivo –invisible pero cierto– que supone el cambio climático.
¿A qué viene
todo esto? De
momento, les confirmo que en Iraq SÍ
había armas de destrucción masiva. ¿Cómo se les queda el cuerpo?
Tranquilos, que no le voy a dar la razón a nuestro geyperman ibérico y al chulito tejano. Ellos aseguraron ufanos que
en efecto encontrarían un arsenal terrorífico… pero cuando afirmaban eso no tenían en mente platos, cucharas, tenedores y
cuchillos.
Si nos atenemos a un par de factores que enseguida
comentaré, pueda que la captura, cría,
explotación y sacrificio de animales como alimento sea la mayor y más
devastadora forma de violencia que pueda achacarse a la comunidad humana.
Los factores vienen a ser los siguientes: el número de individuos, por un lado;
y su grado de sometimiento (agresión), por otro. En cuanto al primero, confieso
que siempre me paralizó la cifra: ¡3000
cada segundo! Pero más paralizado me quedé al saber que el fatídico número
refiere en exclusiva a los animales sacrificados en los mataderos, pues no
entran ahí los peces, por ejemplo, ni por supuesto los invertebrados,
pobrecitos míos. Incluidos todos, nos iríamos a dígitos mareantes… 30.000, 40.000,
50.000 vidas únicas e irrepetibles segadas cada segundo. Soy el primero en reconocer la severa dificultad de colocarme en la “piel”
de una nécora o en la “mente” de un bogavante… pero no sé por qué me da que a
tan particulares animalillos no les hace ni pizca de gracia que los arrojen a
una perola con agua hirviendo. Y no sé por qué escribo que “no sé por qué”,
cuando en realidad sí que lo sé. Las nécoras tienen la sana costumbre de huir
en dirección contraria al agua hirviendo (¡no hagan esto en casa!),
precisamente. Y este simple hecho debería darnos qué pensar. ¿No creen? Y hablo
de crustáceos, insisto, de quienes nos separa un foso filogénico importante.
Piensen ahora en un ave, y no digamos ya en un mamífero –un perro o un gato,
sin ir más lejos–, ya me contarán qué
diferencia hay entre nuestro querido periquito y un pollo de granja, entre Toby y un cordero, entre nuestro gato y
el conejo que comparte paella cuando era de verdad conejo peludo y saltarín.
En fin, y a eso voy, que aquí les dejo la reflexión, para
que la tomen en serio o me pongan verde en el apartado “deja un comentario”, a
gusto del consumidor, que para eso están ustedes ahí y yo aquí. Porque, al igual que genocidios, revoluciones hay
muchas, y pudiera ser que las más eficaces fueran las cotidianas y personales,
pues al menos estaremos de acuerdo en que no habría guerras si cada cual se
comprometiera en firme a no participar en ellas, o que la fatídica cifra antes
señalada se vería disminuida si de verdad nos planteásemos la real “necesidad”
de comernos a nuestros semejantes (lo son las nécoras y los bogavantes en
cuanto a que huyen del agua hirviendo, como mismamente huiríamos usted o yo),
descubriendo que otra alimentación es posible. Por múltiples y variadas
razones, además, entre las que solo una tiene que ver con el respeto hacia los
animales. Otro día hablamos de ellas. Que aproveche.
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