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¡PUTOS MOROS!
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No era desde luego un domingo más de elecciones, sino un “trágico domingo de elecciones”, habida cuenta de la incalificable masacre acontecida apenas ochenta horas antes en Madrid. Imaginen una de las docenas de miles de mesas electorales distribuidas a lo largo y ancho del país, sin otro comentario entre sus comensales que el mayor atentado terrorista cometido en la historia de Europa, descartada ya por los unos la autoría de ETA, aferrados los otros todavía a la esperanza, es decir, al hecho de que en efecto hubiera estado la organización vasca detrás de tamaña locura. Porque aquí, no nos engañemos, cada cual hace sus cuentas, sean rojos, azules o fucsias, y aunque –quiero pensar– no jalean a los malos para que hagan según qué maldades, una vez hechas, tampoco pasa nada si recogemos los frutos sin siquiera esperar a que oscurezca, por aquello de la discreción. Volvemos a la mesa, si les parece. Compuesta por el grupo de ciudadanos a quienes ha tocado en suerte (¡menuda gracia!) constituirla con el consabido presidente y sus auxiliares. Unidos a ellos los representantes de los partidos que se presentan al reparto final del pastel, o al menos los emisarios de las formaciones con mayores recursos humanos. El Partido Popular, un poner. Javier Maroto, otro poner. Ambos, partido y aspirante a concejal, sin el menor atisbo de ficción por cuanto a este artículo respecta. ¡Putos moros!
La autoría de ETA hubiera abonado el victimismo de quienes de él viven en buena medida desde hace décadas, encantados de la vida no pocos de llevar escolta, pues sabido es que eso te da un halo de importancia y hasta de glamour que el resto de los mortales no podemos siquiera imaginar. (Sé de lo que hablo, así que pueden ustedes pensar lo que le dé la real gana). Pero las cosas “se tuercen”, y las piezas no acaban de encajar ni forzándolas, lo que pone nerviosos a quienes en ese momento ostentan el poder, sabedores de que la mentira constituye apenas una herramienta más de su diaria gestión. Con lo que, si hay que forzarlas, las piezas se fuerzan. Y se descuelga el teléfono desde las más altas instancias para llamar a este y a aquel periodista, como si de un corpus indivisible se tratara: política y medios. Mas la verdad sólo tiene un camino, y cuando las cosas no pueden ser y además son imposibles, tarde o temprano las aguas van donde tienen que ir. Y la mentira pasa factura al partido en el poder, que, habiéndose visto un cuatrienio más en la poltrona, observa ahora atónito cómo unos putos moros hacen saltar por los aires, además de unos trenes atestados de gente, sus esperanzas más íntimas. ¡Nos han jodido bien estos cabrones!
Dicen que todos tenemos un pasado que ocultar. Y, siendo humanos, supongo que igualmente los políticos lo tienen. Pero no me refiero a sus cuitas íntimas (sexuales, vaya), apartado que a nadie importa y que a todo el mundo interesa, sino a cuestiones de mucho mayor calado, como los comentarios que sueltan por esa boquita quienes nos representan en las instituciones, sean éstas de alto copete o una pedanía perdida en la sierra. El Ayuntamiento de la capital de Euskadi, verde que te quiero verde, se prepara para ofrecer solemne su sillón al impoluto Maroto, repeinado hasta la náusea y apestando a colonia de alta gama. Maroto, que lamentaba entre dientes –o no tanto– la autoría fatal de los yihadistas, con lo bien que les hubiera venido la confirmación de la autoría etarra.
En fin, que aquí estamos de nuevo inmersos en plena campaña electoral, siempre idéntica y siempre distinta. Con sus mítines endogámicos y sus encuestas amañadas, sus conexiones televisivas en directo justo en el momento álgido del discurso del líder, que esta vez se descuidó y salió por un momento mirando de reojo a la cámara, presto a la señal convenida, cosas de la bisoñez politiquera que, como la misma juventud, se cura con el tiempo. En fin…
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No era desde luego un domingo más de elecciones, sino un “trágico domingo de elecciones”, habida cuenta de la incalificable masacre acontecida apenas ochenta horas antes en Madrid. Imaginen una de las docenas de miles de mesas electorales distribuidas a lo largo y ancho del país, sin otro comentario entre sus comensales que el mayor atentado terrorista cometido en la historia de Europa, descartada ya por los unos la autoría de ETA, aferrados los otros todavía a la esperanza, es decir, al hecho de que en efecto hubiera estado la organización vasca detrás de tamaña locura. Porque aquí, no nos engañemos, cada cual hace sus cuentas, sean rojos, azules o fucsias, y aunque –quiero pensar– no jalean a los malos para que hagan según qué maldades, una vez hechas, tampoco pasa nada si recogemos los frutos sin siquiera esperar a que oscurezca, por aquello de la discreción. Volvemos a la mesa, si les parece. Compuesta por el grupo de ciudadanos a quienes ha tocado en suerte (¡menuda gracia!) constituirla con el consabido presidente y sus auxiliares. Unidos a ellos los representantes de los partidos que se presentan al reparto final del pastel, o al menos los emisarios de las formaciones con mayores recursos humanos. El Partido Popular, un poner. Javier Maroto, otro poner. Ambos, partido y aspirante a concejal, sin el menor atisbo de ficción por cuanto a este artículo respecta. ¡Putos moros!
La autoría de ETA hubiera abonado el victimismo de quienes de él viven en buena medida desde hace décadas, encantados de la vida no pocos de llevar escolta, pues sabido es que eso te da un halo de importancia y hasta de glamour que el resto de los mortales no podemos siquiera imaginar. (Sé de lo que hablo, así que pueden ustedes pensar lo que le dé la real gana). Pero las cosas “se tuercen”, y las piezas no acaban de encajar ni forzándolas, lo que pone nerviosos a quienes en ese momento ostentan el poder, sabedores de que la mentira constituye apenas una herramienta más de su diaria gestión. Con lo que, si hay que forzarlas, las piezas se fuerzan. Y se descuelga el teléfono desde las más altas instancias para llamar a este y a aquel periodista, como si de un corpus indivisible se tratara: política y medios. Mas la verdad sólo tiene un camino, y cuando las cosas no pueden ser y además son imposibles, tarde o temprano las aguas van donde tienen que ir. Y la mentira pasa factura al partido en el poder, que, habiéndose visto un cuatrienio más en la poltrona, observa ahora atónito cómo unos putos moros hacen saltar por los aires, además de unos trenes atestados de gente, sus esperanzas más íntimas. ¡Nos han jodido bien estos cabrones!
Dicen que todos tenemos un pasado que ocultar. Y, siendo humanos, supongo que igualmente los políticos lo tienen. Pero no me refiero a sus cuitas íntimas (sexuales, vaya), apartado que a nadie importa y que a todo el mundo interesa, sino a cuestiones de mucho mayor calado, como los comentarios que sueltan por esa boquita quienes nos representan en las instituciones, sean éstas de alto copete o una pedanía perdida en la sierra. El Ayuntamiento de la capital de Euskadi, verde que te quiero verde, se prepara para ofrecer solemne su sillón al impoluto Maroto, repeinado hasta la náusea y apestando a colonia de alta gama. Maroto, que lamentaba entre dientes –o no tanto– la autoría fatal de los yihadistas, con lo bien que les hubiera venido la confirmación de la autoría etarra.
En fin, que aquí estamos de nuevo inmersos en plena campaña electoral, siempre idéntica y siempre distinta. Con sus mítines endogámicos y sus encuestas amañadas, sus conexiones televisivas en directo justo en el momento álgido del discurso del líder, que esta vez se descuidó y salió por un momento mirando de reojo a la cámara, presto a la señal convenida, cosas de la bisoñez politiquera que, como la misma juventud, se cura con el tiempo. En fin…
© mayo 2011
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