viernes, 22 de julio de 2011




DEL BIEN Y DEL MAL
Se atribuye al escritor y político irlandés Edmund Burke el sugerente aforismo según el cual “para que el mal triunfe sólo es necesario que los hombres buenos no hagan nada”. En principio, impecable en contenido y estética. Salvo quizá –y pienso ahora que no es poco– que no queda del todo claro en qué pueda consistir tanto el mal, como ser un hombre bueno.
Me dio por pensar, ejercicio ya de por sí gravoso en los tiempos que nos ha tocado vivir, y llegué a la particular e íntima conclusión de que hemos acabado por no reconocer la frontera que por fuerza supongo ha de dividir al bien del mal en cuanto que conceptos morales, lo que equivale a exhibir una manifiesta incapacidad para diferenciar lo deseable de lo perverso. ¡Casi nada! Y el mayor peligro de tan lúgubre escenario consiste, creo, en la seguridad que mostramos en cuanto al control que se supone ejercemos sobre nuestra ética básica, lo que quiera que ello sea. La cara más amarga del autoengaño colectivo radica en el hecho de verse y creerse intelectualmente autónomo desde nuestra ancestral prepotencia humana.

Recuerdo que hace ya unos cuantos años llegó a mí un cartel firmado por cierto grupo británico de defensa de los animales. En él aparecían dos imágenes, codo con codo, a las que acompañaban en su parte inferior sendas preguntas, tan escuetas como osadas. El flanco izquierdo del pasquín mostraba la patética fotografía de un perro con la cabeza cosida de arriba abajo mediante burda sutura, es de suponer que recién salido por enésima vez del laboratorio de experimentación. El animal dirigía su mirada entre lánguido y derrotado al objetivo de la cámara, en lo que bien podía ser una súplica, un mensaje implorante: “haced de mí lo que queráis, pero poned fin cuanto antes a este martirio”. Bajo la terrible imagen se exhibía un contundente ¿Está bien esto? El lado derecho del póster lo ocupaba otra imagen, protagonizada ésta por un chico encapuchado que sostenía en sus brazos, con evidentes muestras de afecto, a un perrillo atemorizado y jadeante, incapaz por su expresión de discernir entre conceptos antagónicos como amigo y verdugo, pasa mucho en los animales destinados a procrear sin descanso. Debajo de la fotografía se podía leer un ¿Está esto mal?
Ambas interpelaciones encerraban e ilustraban a un tiempo la que personalmente considero una de las asignaturas pendientes de nuestra alabada sociedad de la información, saturados todos por ella hasta el colapso mental. No me negarán que la cosa tiene su miga, pues se habrán percatado de que, de ser cierta la conjetura en algún grado, estaríamos siendo esclavizados por aquello que se supone nos regala la libertad. No se necesita subrayar que las antes referidas preguntas trataban de orientar sobre qué cosas hemos acabado por asumir como bueno o malo, sin que barajemos la posibilidad de que la parejita de epígrafes nos venga dada por determinado esquema mental, perfecta y conscientemente urdido a su vez por la maraña de lo que denominamos “esferas de poder”, o “poder” a secas. Deberíamos aceptar, aunque solo sea en calidad de mera hipótesis, la posibilidad de que uno de nuestros esenciales problemas como comunidad moral pase por que nos tragamos sumisos todo cuanto nos es ofrecido, sin siquiera plantearnos que ello pueda ser superficial, y como tal prescindible. Obviamos pasar por el tamiz de cada cual las verdades oficiales, para descubrir quizá que en efecto a veces lo son, y para hallar con inusitada frecuencia que lo cierto y lo oficial ocupan esferas separadas.

Si estoy equivocado en la apreciación, al menos podré decir que el error es mío y de nadie más, pero intuyo de manera nítida que los animalistas detenidos –y puestos en libertad con cargos, algunos tras pasar en la cárcel varias semanas– bajo diversas acusaciones, entre otras la de liberar animales encerrados en pavorosas condiciones por su piel y que por su piel iban a ser eliminados en masa. Lo que acaso de verdad menos importe en toda esta historia, digo, es que los imputados sean o no responsables directos de los hechos que encierra el sumario. Quizá lo grave del asunto, compartido tal vez con la tragedia personal que supone la privación de libertad o la amenaza de perderla, sea que continuamos sin saber a ciencia cierta en qué consiste en definitiva el mal y el bien.
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© julio de 2011

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