EL LOBO QUE CAMBIÓ AMÉRICA
Corre la última década del siglo XIX en la vieja América de la
conquista agrícola y ganadera. La caza de búfalos y otras especies se extiende
por doquier, y se ha convertido de hecho en una práctica obsesiva y criminal.
Ello priva de alimento a los lobos; a ellos, legítimos y ancestrales moradores
de aquellas vastas tierras.
Lobo es el líder de una manada que ataca
al ganado para sobrevivir, atemorizando a los colonos de Nuevo Méjico, quienes,
como buenos creyentes católicos, se ven a sí mismos como dueños y señores de
todo cuanto pisan, que para eso Dios dejó claro, negro sobre blanco, que nos
cede en usufructo vitalicio Todo Su Santo Monte. La historia de Lobo es
también la historia de Ernest_Thompson_Seton,
cazador profesional de origen inglés. Contratado por un puñado de dólares, se
dirige al desierto con el único fin de acabar con Lobo. El experto mercenario rastrea sus huellas, le coloca toda
suerte de cepos y comida envenenada, pero el animal demuestra una sorprendente
habilidad para sortear los engaños mortíferos que coloca Ernest a su paso. El “enfrentamiento” entre ambos dura meses.
No pasa mucho tiempo antes de que el cazador observe que las huellas de Lobo siguen a otras algo más pequeñas. Es una hembra, su compañera, a la que bautiza
como Blanca. Es época de celo, y
ambos son en ese momento pareja de hecho.
Es entonces cuando en la mente del cazador germina una brillante idea: si no
puede capturar directamente a Lobo,
atrapará a su novia.
Elige un estrecho cañón por donde sabe que suelen pasar ambos, y coloca un
suculento cebo: el esqueleto de una vaca. Al día siguiente, Seton descubre con
alborozo el éxito de su estrategia: Blanca
ha caído y se retuerce intentando huir de la mandíbula de acero. Lobo permanece a su lado, como el fiel partenaire que es. Al vislumbrar al
hombre, no le queda otra alternativa que huir para salvar su vida. Seton mata a
Blanca de un disparo.
El cazador apenas puede
pegar ojo durante esa noche, desvelado por los desgarradores aullidos de Lobo llamando a Blanca.
Pero el objetivo final del cazador sigue intacto. Durante los siguientes días, Lobo merodea su cabaña, en la creencia
de que él la mantiene cautiva. Seton coloca entonces alrededor numerosas
trampas impregnadas del olor de Blanca.
Al amanecer descubre que algunos de los cepos han desaparecido, y que allí ha
estado Lobo. Sigue el rastro, y
descubre a su viejo enemigo inmovilizado en el suelo con una trampa en cada
pata. En apenas unos segundos arma el
guión en su cabeza: Lobo, en su
incursión nocturna, fue cayendo en cada uno de los cepos, que olían a su
añorada compañera. Algo oprime entonces el pecho del cazador –con toda
seguridad, eso que desde antiguo llamamos remordimiento–.
El objetivo de los últimos meses se encuentra allí, a unos escasos metros, a su
completa merced, abatido de dolor, aunque no acertaría a asegurar en ese
preciso momento si es mayor el que le ocasionan los artilugios metálicos o el
recuerdo de Blanca. Desde el principio tuvo claro que
disfrutaría sobremanera ante un Lobo
derrotado. Pero algo no funciona según lo previsto por su mecanismo emocional.
Lejos de percibir ante sus ojos a un asesino despiadado, observa a un animal leal
y tocado por el afecto, un ser que fue capaz de permanecer al lado de su amada
y de acercarse a la cabaña de un humano esperando recuperarla. Le miró fijamente a los ojos, y se le heló
el alma al no verse correspondido. El hombre, consternado por sus propios
sentimientos, decide en ese mismo momento que se llevará con él a Lobo, a pesar de su lamentable estado,
esperando que se recupere de las heridas y tenga así una “segunda oportunidad”.
Contó después que el animal ni se
resistió, que tenía la mirada clavada en la inmensa planicie, en las montañas
donde un día reinó y amó. Lobo
murió al día siguiente. Y sí: Seton reunió a ambos y los enterró juntos.
Hasta
en el alma del más aguerrido trampero anida un hálito de compasión, y cabe
pensar que en el alma de Ernest Thompson Seton debía de haber una generosa
dosis, pues aquella experiencia le marcó
de tal manera que al poco abandonó su profesión para dedicarse desde entonces a
defender la Naturaleza y a sus moradores: también a los lobos. El ciudadano
Seton acabó alcanzando fama mundial tras publicar en 1899 su libro Wild Animals I Have Known (Animales Salvajes Que Conocí), donde,
obviamente, relata la historia de Lobo
y Blanca. Ecologista prematuro,
aprovechó su fama para defender el medio natural americano, a pesar de lo cual
la caza de lobos continuó hasta su práctica desaparición. Pero sin duda sembró
la semilla necesaria para que las cosas cambiasen. Colaboró de facto en la
creación del movimiento Boy Scout,
del que acabó alejándose tras apreciar su excesivo belicismo durante la Primera
Guerra Mundial. Seton trató de recuperar a través de sus libros el respeto
que los indios profesaban hacia los animales en general, aquellos pieles rojas que cazaban para sobrevivir (como los mismos
lobos), pero a quienes sus víctimas les merecían un reverencial respeto, al
punto de solicitarles el perdón a través de distintos ritos tras de cada
jornada cinegética.
En las fotos aparecen los
reales protagonistas de esta poderosa historia. Fueron tomadas por el propio
cazador poco antes de que su corazón se transformara definitivamente y lo modelase
hasta convertirlo en un verdadero ser
humano.
© junio 2014
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