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EL PARQUE
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El hombre, que ya no vuelve a cumplir los cincuenta, es director de una sucursal de la Caja de Ahorros Municipal en un barrio nuevo de la periferia, un puesto que ni soñaba hace apenas diez años. Destina una ropa ajada para pasear a su perra, una pastora alemana “por decir algo”, como él mismo afirma y el propio can no desmiente, adoptada del albergue para animales abandonados siendo aún cachorra. No tiene raza, no al menos pura, pero se la ve lustrosa y feliz, siempre atenta a los gestos de su dueño. El señor llama a la indumentaria “la ropa del perro”, queriendo decir “la ropa mía para pasear al perro”: un pantalón de pana y unas botas gastadas, más un jersey informal, seguro que elegante y caro en su tiempo. Completa el equipo una riñonera para lo imprescindible: el teléfono móvil para él mismo y un ajuar básico para Gora, compuesto de correa, bolsas para recoger las deposiciones sólidas si se producen, y un peine de púas metálicas que no utiliza a diario. También un saquito de tela con galletas de varios colores que de vez en cuando le ofrece, y que comparte a menudo con los perros amigos. Gora y Boris se conocen, se ven y se saludan de madrugada como mínimo un par de veces a la semana, en ocasiones más, según se tercie. Se huelen el culo con interés comedido, sabiendo que es un culo olido cientos de veces, un culo familiar, un culo previsible. Existe una evidente desproporción de tamaño entre el pequinés que comparte cama con sus dueños y la medio pastora alemana rescatada de la perrera. Eso les hace más interesantes, sin duda. Hay una amistad entre los perros –hablo ahora en general–, qué demonios; si no, de qué mueven el rabo cuando se ven a lo lejos en la penumbra del parque. Saben quiénes son, se cuentan cosas, sobreviene una trifulca que luego olvidan, comparten conversaciones y hasta galletas, se embelesan observando cosas para nosotros imperceptibles. Tienen su propio mundo, y nosotros pertenecemos a él, nos comparten con realidades inalcanzables a nuestra capacidad. Tipos listos, los perros.
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El hombre, que ya no vuelve a cumplir los cincuenta, es director de una sucursal de la Caja de Ahorros Municipal en un barrio nuevo de la periferia, un puesto que ni soñaba hace apenas diez años. Destina una ropa ajada para pasear a su perra, una pastora alemana “por decir algo”, como él mismo afirma y el propio can no desmiente, adoptada del albergue para animales abandonados siendo aún cachorra. No tiene raza, no al menos pura, pero se la ve lustrosa y feliz, siempre atenta a los gestos de su dueño. El señor llama a la indumentaria “la ropa del perro”, queriendo decir “la ropa mía para pasear al perro”: un pantalón de pana y unas botas gastadas, más un jersey informal, seguro que elegante y caro en su tiempo. Completa el equipo una riñonera para lo imprescindible: el teléfono móvil para él mismo y un ajuar básico para Gora, compuesto de correa, bolsas para recoger las deposiciones sólidas si se producen, y un peine de púas metálicas que no utiliza a diario. También un saquito de tela con galletas de varios colores que de vez en cuando le ofrece, y que comparte a menudo con los perros amigos. Gora y Boris se conocen, se ven y se saludan de madrugada como mínimo un par de veces a la semana, en ocasiones más, según se tercie. Se huelen el culo con interés comedido, sabiendo que es un culo olido cientos de veces, un culo familiar, un culo previsible. Existe una evidente desproporción de tamaño entre el pequinés que comparte cama con sus dueños y la medio pastora alemana rescatada de la perrera. Eso les hace más interesantes, sin duda. Hay una amistad entre los perros –hablo ahora en general–, qué demonios; si no, de qué mueven el rabo cuando se ven a lo lejos en la penumbra del parque. Saben quiénes son, se cuentan cosas, sobreviene una trifulca que luego olvidan, comparten conversaciones y hasta galletas, se embelesan observando cosas para nosotros imperceptibles. Tienen su propio mundo, y nosotros pertenecemos a él, nos comparten con realidades inalcanzables a nuestra capacidad. Tipos listos, los perros.
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ESTIGMA [autorrelatos]
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ESTIGMA [autorrelatos]
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© febrero 2011
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© febrero 2011
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