ANIMALITOS
Confieso
que es una suerte disponer de un rinconcito como este donde dejar a discreción
pensamientos y reflexiones varias, porque me dio la vena melancólica. Y como mucho me temo que soy el “abuelete” del grupo,
pues no me siento demasiado incómodo contando mis batallitas. A ello voy.
Llevo
en esto de la defensa de los animales ya algunos meses: desde septiembre, más
en concreto. (Se cuentan los meses por
trescientos treinta, y me refiero a septiembre de 1986). Con lo que al menos puedo afirmar que he tenido oportunidad de apreciar
cambios, algunos baladíes y otros bastante más que significativos. Se
asociaba entonces esta ideología con lo más parecido a una tara mental de las
gordas (quiero decir “de las graves”, entiéndase la expresión), reflejada
icónicamente en la clásica viejecita persiguiendo con el bastón a pendencieros
muchachos por haber chafado un parterre o echado a perder una nidada de
gorriones. Quede claro que me parece cojonudo que las venerables ancianitas
actúen de tan contundente manera, ojo. Pero supongo que ni era entonces justa
dicha imagen, ni mucho menos lo es ahora.
Hablo
de un tiempo en el que los comunicados de prensa se redactaban en máquinas de
escribir “digitales” de la época, con la Junta Directiva en pleno rodeando al
mecanógrafo y corrigiéndole cada frase, bien para mejorarla, bien para tocarle
las narices. Consensuado el texto (tres o cuatro
días más tarde), se acercaba uno o una a la copistería más cercana y encargaba
veinte ejemplares, que luego habría de firmar el señor Presidente, y a los que
el señor Secretario estamparía uno a uno el flamante y oficial sello.
Introducidas las misivas en sendos sobres –presididos estos por el logo de la
entidad– ya solo faltaba la distribución por periódicos y radios locales: labor
del quinto Vocal (este ni señor).
Todo a pata, por supuesto. En resumidas cuentas, que mandar un comunicado se
nos ponía en una semanita. Naturalmente, nadie se hacía eco de la nota, pues
para cuando la recibían en la mesa de redacción, como “noticia de última hora”
aquello no tenía valor alguno.
¡Cómo
ha cambiado el mundo, incluido el de la defensa de los animales! Hoy las cosas son muy diferentes a como eran entonces. En
unos minutos redactas un texto, y en otro lo has mandado a medio planeta. En la
actualidad, los medios recogen con merecida profusión muchas de nuestras
acciones… ¡y hasta entrecomillan en sus crónicas segmentos del texto!: sin
duda, el mayor logro por lo que a presencia mediática concierne. Incluso los periodistas más reaccionarios etiquetan
hoy de animalistas a quienes participan
de esta todavía adolescente ideología. Veamos en este detalle la botella medio llena, pues no es poca
cosa que se desligue así en cierta medida al animalismo del conservacionismo.
Recuerdo,
por ejemplo, que allá por los primeros noventa escribí un artículo de opinión
para la incombustible sección de Cartas
al Director. Lo titulé Animalistas,
precisamente, y trataba de resumir en él la teoría y la práctica del entonces
bisoño pensamiento. Ni me
preocupé de saber si en efecto fue publicado. No obstante, me llevé una inmensa
alegría cuando al poco leí en el diario más afamado de la ciudad un artículo en
la citada sección donde alguien expresaba nuestra visión palabra por palabra y
frase por frase. ¡Albricias! ¡No
estábamos solos! ¡Había gente en nuestro entorno más inmediato con idénticas
ideas! Quizá lo que menos nos agradó del artículo fue su título, cursi como
él solo: Animalitos. Pero, al fin y al cabo, semejante detalle era lo de
menos. Lo de más fue la cara de idiotas que se nos quedó a toda la Junta
Directiva al comprobar que aquello estaba firmado por su autor: yo mismo. El
inicial momento agriculce (en efecto, seguíamos más solos que la una) se tornó
raudo en alegría comedida, por cuanto media ciudad lo estaría leyendo al tiempo
que nosotros. Dimos por buena la hipótesis del Vicesecretario: el periodista
debió de entender que la equivocación era nuestra (“Animalistas, qué término tan extraño”), y decidió hacernos un favor
mutándolo por lo que él supuso queríamos decir en realidad: Animalitos.
Créanme:
las cosas han cambiado, y no poco, en los últimos veintisiete años y medio. Sé
de lo que escribo. Mas no
pretendo con dicha percepción –personal e intransferible, al fin y al cabo–
transmitir la idea de que debemos relajarnos, sino más bien la contraria: que
el tesón y la paciencia no son precisamente malos aliados, y que con una dosis
de cada cual, si no al fin del mundo (¿qué hace uno cuando llega a tan
inhóspito lugar?, puede llegarse muy lejos. Y ahora les dejo, porque tengo que
perseguir, cachaba en mano, a unos críos que corretean entre los parterres,
frente a mi casa.
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