LOS
GANSOS DE LEKEITIO YA NO SUFREN
Se celebra un año más el Antzar Eguna (Día del Ganso) en Lekeitio. Esta localidad de la costa vasca
congrega cada 5 de septiembre a miles de personas en el puerto, para ver como
los mozos y mozas se cuelgan de los cuellos de las aves hasta decapitarlas con
su peso. Hay quien todavía cree que los animales están vivos. Por fortuna para
ellos, no es así. La masacre evolucionó hacia formas más “dulces” hace ahora
treinta años, cuando –debido sobre todo a una de esas conocidas pandemias, pero
quiero pensar que también a la presión animalista– decidieron sustituir a las
víctimas por sus correspondientes cadáveres. Pensarán algunos que poco se avanza
con el cambio, pues al final se sacrifican de igual forma. Discrepo por
completo. Creo que aquella decisión,
tres décadas después, se muestra del todo irrevocable, y de hecho las pandemias
pasaron, mientras se mantuvo el cambio. A nadie se le ocurriría hoy siquiera
sugerir la vuelta a los años negros, que en total sumaron dos siglos y medio
largos. Y esto desdice a los que todavía apelan a la tradición para no dar el
último paso y sustituir definitivamente a los cuerpos inertes por señuelos de
plástico, de goma, o de lo que ustedes quieran; porque, hasta donde yo sé, un
muñeco no sufre. Aunque bien estaría que, puestos a ello, colgasen de las
cuerdas objetos que en nada recordasen a animales. Ni siquiera a cachorros
humanos. ¿Se imaginan ustedes un juego que consistiera en arrancar cabezas de
muñecas? Tan cierto es que no habría sufrimiento infantil como que la escena
ofendería todos nuestros sentidos, y se entendería que hasta las asociaciones
de pediatría (y no solo las organizaciones en defensa de los derechos del niño)
pondrían el grito en el cielo por tan grosero proceder.
Por primera vez en trescientos años, el Ayuntamiento deja
a la libre elección de las cuadrillas si quieren participar con animales de
verdad (muertos) o prototipos
artificiales. Y la quinta parte de ellas ha elegido lo segundo. Parecerá poco, pero a
quienes estamos bregando con la barbarie humana un día sí y otro también nos
parece muchísimo, y vemos en ello un real cambio, una luz a la esperanza. Vale
que muchos habrán elegido los muñecos por aquello de la novedad, y otros por
hacerse un huequecillo en los medios, pues en esta edición están siendo ellos
los protagonistas. Pero seguro que
también la ética y la sensibilidad han tenido su peso, porque esto es Euskadi y
estamos en pleno siglo XXI. Como seguro es que el porcentaje aumentará
durante los próximos años hasta completar el máximo, dado que, en realidad, la
verdadera tradición –los gansos vivos agonizando en la soga: “la esencia de la fiesta”– quedó
finiquitada mediados los años ochenta.
Estoy convencido de que a los niños y niñas lekeitiarras
se les explica hoy de soslayo y con cierta incomodidad cómo eran las cosas
hasta no hace tanto, y no serán pocos los que muestren un gesto agrio al oír a
sus mayores el crudo relato. Y no pasará tanto tiempo antes de que los chavales
de hoy eviten en lo posible tener que contarles a los pequeños del futuro que
durante décadas mataron a los patitos para luego decapitarlos en el puerto
durante las fiestas locales.
[*] Escribí este artículo para el
magacín digital AllegraMag.
© septiembre 2014
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