¡PODEMOS SER PAPÁ NOEL PARA LOS ANIMALES SIN HOGAR!
Tal vez haya alguien
entre quienes leen estas líneas que tenga pensado comprar un animal estas Navidades.
Espero que, una vez leído el texto, haya decidido pensárselo dos o tres veces…
¡y cuánto mejor si se le ha quitado la idea de la cabeza!
Según las estadísticas,
durante las pasadas fiestas navideñas se compraron como un cuarto de millón de
animales, en su mayor parte de manera compulsiva. Las consecuencias que ello
acarrea tanto a las víctimas directas como al medio ambiente es aún poco
conocida para la opinión pública. Por lo que respecta al medio, han de tenerse en
cuenta las llamadas especies exóticas
(también conocidas como alóctonas);
es decir, las que no son naturales de un lugar dado. En la práctica, podríamos
estar hablando lo mismo de reptiles, que de roedores, anfibios o insectos,
entre otras. Como todo negocio, el de
las especies exóticas considera a los
animales meros objetos de consumo, y por eso mismo no tendrá en cuenta sus
intereses (necesidades): no importa si una parte del montante total muere si
las cuentas finales cuadran. Por tanto, no nos engañemos: las ranas, las
ardillas o los lagartos que se exhiben en los escaparates no son sino un ínfimo
segmento del terrible expolio biológico. El resto murió porque no pudo soportar
las condiciones de captura, confinamiento y traslado. Así de simple; así de
espantoso.
Una vez en casa, lo
habitual es que al comprador se le vaya pasando el subidón inicial, de tal suerte que ofrecerá a su invitado una cada vez menor atención. Lo
que para amigos y familiares fue al principio un atractivo entretenimiento se
acaba convirtiendo más pronto que tarde en algo tedioso y repetitivo. De hecho, una parte
significativa de dichos animales acaba en el contenedor de basura, algunos aún
vivos. Otras veces son liberados por sus dueños –acaso sin atisbo de mala fe–
en un paraje local, sin tener ni idea de que, desde ese mismo momento, la
administración les ha colocado ya la fea etiqueta de “invasores”. Podemos
imaginar cuál será el futuro de esos animales inocentes. Al hilo de esto,
conviene recordar que todos los ayuntamientos vascos (y con toda probabilidad
los españoles) están obligados por ley a solicitar a las tiendas del ramo
informes trimestrales que contengan datos como: entradas, salidas, origen de
los animales e identificación de los compradores (Ley Vasca de Protección Animal 6/1993, Artículo 21). Si este punto
se hiciera cumplir a rajatabla, tendríamos una herramienta ciertamente eficaz
para gestionar el problema. Pero no se conoce ni un solo ayuntamiento que lo
cumpla. Siendo así, podemos preguntarnos
si acaso a estos les asiste algún derecho moral para eliminar a los [inocentes]
animales. O si lo tienen para organizar pomposas
jornadas que tratan el tema. Que cada cual se conteste.
En el caso de los animales de compañía, cabe destacar que solo
merecen tal nombre perros y gatos, pues ambos han perdido ya el nicho ecológico
a lo largo de su historia genealógica (o quizá sea más justo decir que “nosotros
se la hemos arrebatado”). Pero, además, porque los perros y los gatos son
nuestros amigos, o al menos así deberíamos considerarlos. ¡Y cualquiera sabe
que los amigos no se venden! Si queremos conseguir un amigo humano, tenemos que
tratar de ganárnoslo, ofreciéndole nuestra confianza y esperando lo mismo de
él. Porque la amistad es un ejercicio basado en el afecto mutuo. ¿O no?
Cuando tratamos de animales,
sin duda la mejor opción es adoptarlos. Son muchos los que nos esperan
con las patas abiertas en los Centros de Acogida, y les haremos un enorme favor
al ofrecerles una segunda (o enésima, según casos) oportunidad. Al fin y al
cabo, aceptemos aquí también que se trata de un favor mutuo. Quien convive con un perro lo sabe bien:
ellos no tienen dobleces, y aprenden rápido a agradecer el regalo. Estando las
perreras (¡horrible nombre!) a rebosar de amigos, comprarlos no tiene sentido
lógico alguno. Y menos aún sentido ético.
Dicho lo cual, desde entidades como ATEA sugerimos tres
reflexiones básicas:
1 |
Aceptemos que solo hemos de percibir
como “animales de compañía (de familia)” a aquellos que carecen de un sitio en
la naturaleza: esto es, gatos y perros. Dejemos vivir a los demás donde de
verdad les corresponde, pues es lo que quisiéramos para nosotros mismos.
2 |
En el caso de que decidamos convivir con
una animal, jamás paguemos dinero por él, pues ello lo convierte en burdo
artículo de consumo.
3 |
Aumentemos la familia trayendo a casa
estas Navidades un amigo peludo. Le haremos un inmenso favor al ofrecerle esa
segunda oportunidad que sin duda merece.
¡Podemos ser Papá Noel para los animales sin hogar!
[*] Este artículo fue
publicado en su versión original por el periódico BERRIA.
Tal vez haya alguien
entre quienes leen estas líneas que tenga pensado comprar un animal estas Navidades.
Espero que, una vez leído el texto, haya decidido pensárselo dos o tres veces…
¡y cuánto mejor si se le ha quitado la idea de la cabeza!
Según las estadísticas, durante las pasadas fiestas navideñas se compraron como un cuarto de millón de animales, en su mayor parte de manera compulsiva. Las consecuencias que ello acarrea tanto a las víctimas directas como al medio ambiente es aún poco conocida para la opinión pública. Por lo que respecta al medio, han de tenerse en cuenta las llamadas especies exóticas (también conocidas como alóctonas); es decir, las que no son naturales de un lugar dado. En la práctica, podríamos estar hablando lo mismo de reptiles, que de roedores, anfibios o insectos, entre otras. Como todo negocio, el de las especies exóticas considera a los animales meros objetos de consumo, y por eso mismo no tendrá en cuenta sus intereses (necesidades): no importa si una parte del montante total muere si las cuentas finales cuadran. Por tanto, no nos engañemos: las ranas, las ardillas o los lagartos que se exhiben en los escaparates no son sino un ínfimo segmento del terrible expolio biológico. El resto murió porque no pudo soportar las condiciones de captura, confinamiento y traslado. Así de simple; así de espantoso.
En el caso de los animales de compañía, cabe destacar que solo
merecen tal nombre perros y gatos, pues ambos han perdido ya el nicho ecológico
a lo largo de su historia genealógica (o quizá sea más justo decir que “nosotros
se la hemos arrebatado”). Pero, además, porque los perros y los gatos son
nuestros amigos, o al menos así deberíamos considerarlos. ¡Y cualquiera sabe
que los amigos no se venden! Si queremos conseguir un amigo humano, tenemos que
tratar de ganárnoslo, ofreciéndole nuestra confianza y esperando lo mismo de
él. Porque la amistad es un ejercicio basado en el afecto mutuo. ¿O no?
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMaravilloso Artículo que compartimos al 100%...
ResponderEliminarhttps://www.facebook.com/emisoraradio.costacalida