HUMORES
Dicen que
“el humor es la sal de la vida”. Y será verdad, aceptada la frase como paquete. Pero recuérdese que lo mismo que la sal
potencia el sabor de los alimentos, escuece en la herida.
Se define formalmente el humor como “El modo de presentar, enjuiciar o comentar
la realidad, resaltando el lado cómico o ridículo de las cosas”. Hay quien
lo presenta como la única alternativa al pesimismo: “Reír para no llorar”. Y quien lo justifica a partir de la misma naturaleza
humana: “El hombre sufre tan
terriblemente el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa”. En el
fondo, el humor trata de rescatar a la gente de la infelicidad, de los traumas
vitales.
Humores hay
como colores: para todos los gustos. Siendo tan inmenso el escenario, procede
clasificarlos en clases (según el soporte comunicativo, por ejemplo: verbal,
gráfico, escénico…), géneros, subgéneros y subgéneros de subgéneros. Así, está el humor negro (o blanco), el humor satírico,
el humor absurdo… ¡y hasta el humor humorístico! Pero hay un humor
igualmente clasificable, aunque de muy difícil etiquetaje. Lo llamaré aquí
“humor criminal”, por evitar otros calificativos que, aunque ásperos, le harían
sin duda mayor justicia.
Por cuanto
al género del humor verbal –por mucho reconocimiento que merezca el ingenio del
autor o autora–, supongo que tiene poquita gracia aquello de que “Ana Frank ostenta el record mundial del
juego del escondite”; o que, “En su
momento, Hacienda denunció a Ortega Lara por no declarar su segunda vivienda”;
o el convencimiento de una chica adolescente (afectada de Síndrome de Down) a la que “no
le baja la regla porque tiene un retraso”. ¡Acojonante (que no descojonante)!
Lo mismo pasa con el humor escénico que se exhibe
durante los carnavales. A través de él podemos ver los ya clásicos disfraces de
enfermeras peludas, agentes de policía megamaricas, o a los pingüinos que
sobraron de aquella carroza ochentera, y que aún deambulan –ya desagrupados– por
calles y plazas en tales fechas. Y luego siempre hay quien, con un sentido del
humor como recién salido del esfínter, se disfraza de Bin Laden, de exhibicionista
pedófilo o de francotirador. Para gustos. Y para ascos.
Lo último en este particular y vomitivo género lo hemos
podido ver en Mataró (Barcelona), donde algunos graciosetes se disfrazaron de guardia urbano con maceta en la cabeza,
en clara emulación al policía local que quedó parapléjico tras recibir el
impacto de un objeto contundente (se supone que un tiesto relleno) lanzado
desde una azotea durante unos incidentes callejeros en febrero de 2006. Y yo, que soy bastante rarito, prefiero descender a los
hechos cotidianos antes que quedarme en la crónica periodística, e imagino el
proceso que necesariamente tuvieron que pasar estos muchachos para acabar saliendo
a la calle de esa guisa, y encima hacerse fotos sonriendo a la cámara. Me
refiero a que, en un momento dado, alguien tuvo que sugerir la idea al grupo,
sin que, al parecer, nadie osara mostrar un gesto amargo; alguien tuvo que
asistir a las sucesivas reuniones para consensuar detalles: traje completo,
maceta, flores, pegamento, papelillo con signo de interrogación… Estos tipos
tuvieron que quedar más de una tarde para desempaquetar, unir y montar
elementos, todo entre risas y guasas, que para eso son las fiestas. Y también desde
mi calidad de “rarito” me surgen preguntas: ¿nadie les afeó la conducta en la
vía pública?; ¿de verdad empeora el hecho si se es hijo de un político en
activo?; ¿tuvieron que explicar a algún despistado la razón de su disfraz?
Trata ahora su defensa jurídica de justificar tamaño
despropósito, aduciendo que, en realidad, quisieron con ello escenificar la duda
que se expande sobre el Caso 4F; que su coral disfraz era
en realidad poco menos que un “acto reivindicativo” contra la injusticia. Ya… A
este paso, acabaremos oyendo al abogado de turno defender a su representado,
violador convicto y confeso, manifestando que no dispone de recursos económicos
para pagarse sus vicios. Al tiempo.
[*] Escribí
este artículo para el magacín digital AllegraMag.
( febrero 2015
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