MUERTA
Pues lo más probable es que un muerto, Mariló. ¿Qué
crees tú que puede haber dentro de un coche fúnebre? Tú habrás visto alguno
de cerca, al menos los que llevaban a tu padre, a tu madre, o mismamente a tu
hermano Ignacio o a tu amigo Eduardo. Los coches fúnebres orlados de coronas y
escoltados por gente compungida suelen trasladar ataúdes, y allí dentro, a su
vez, cadáveres. Es lo normal.
Afirma
Mariló que el Toro de la Vega es “una
fiesta maravillosa”. Entiendo que así lo
creen también las docenas de miles de almas que asistieron el pasado martes a
la ejecución sumaria de Vulcano, en
un ambiente entre lo festivo y lo jaranero. Se da la circunstancia de que vivo desde
pequeñito en un lugar donde no pocos brindaban con champán tras un tiro en la
nuca o la explosión de un coche bomba, con lo que sé bien que determinadas
personas están dispuestas a convertir en celebración los sucesos más
sangrientos.
A mí me
sigue provocando náuseas que miles de jóvenes con su título de periodista
recién salido del horno estén en paro, y con toda probabilidad no vayan a
encontrar curro de lo suyo jamás, mientras gentuza como Mariló se lleve un
pastizal al mes de la caja común, por decir ayer una sandez, hoy una
extravagancia y mañana una canallada. A lo mejor es que a esta muchacha el linchamiento
de un inocente –con unas gotitas de tradición y una pizca de arrojo palurdo– le
parece fantástico porque se crió a las puertas de un centro de exterminio, allí
en su Estella natal, y tiene la sensibilidad abotargada. Mientras otros se conectan a la empatía tras ver a diario paquetes
intestinales y oír mugidos de agonía, la chica se mantiene impertérrita en su
esclerosis moral, y encima lo lleva a gala. Y no parece sentir tampoco
especial devoción ni por la historia ni por las matemáticas, por cuanto lo
mismo le da miles que cientos; salvo que le ingresen este mes en la cuenta mil
eurillos escasos (como a un ejército de españoles), y ya me imagino que
correría entonces histérica a su jefe para deshacer el entuerto.
“Ahora
mismo, nadie ha agredido ni pegado al animal”, insistía
Mariló en su defensa particular de la sangría. Sucede, querida, que cualquier
acto violento suele venir precedido por un momento de “no agresión”. ¿Comprendes? Si acaso
no, permíteme que te regale un ejemplo didáctico, por si te sirve de algo. Imagínate víctima de eso que llaman
“violencia doméstica”, que tu pareja te zarandea y da un par de hostias en la
cara por encontrar la cena fría, que las cámaras de seguridad graban la
repugnante escena, que la presentas como prueba ante el juez, y que este te
comunica que sobresee la denuncia, “porque hasta un momento dado no se produce
agresión alguna, y que él solo ve un tipo que te acompaña a la mesa”.
¿Comprendes ahora a qué nivel ha llegado tu estulticia?
Estás
muerta, Mariló. Muerta en vida. No importa que tu corazón lata y que tengas los
colesteroles esos en su nivel óptimo. Son cuestiones fisiológicas, al fin y al
cabo. Porque alguien puede parpadear, reír, sudar, decir chorradas… y estar
muerto. Tú eres el mejor ejemplo de lo que digo. Y un corazón, además de
cumplir con sístoles y diástoles, tiene que sentir en su interior algo más que
un líquido viscoso entrando y saliendo protocolario.
En fin,
Mariló, que en paz descanses. Yo, de momento, he dado expresa orden a mis
médicos para que, llegado el caso, no me transplanten órganos tuyos, no vaya a
ser que en ellos venga incorporada tu alma, y sería entonces peor el remedio que la
enfermedad.
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