VAGAR POR EL MUNDO
Bueno, pues ya está. Ya tenemos a un esperpento representando al país en el festival de festivales. Nos empeñamos en teñirlo todo de democracia pensando que es lo moderno y lo progre, y luego pasa lo que pasa, que la gente no tiene otra cosa que hacer, y pudiendo votar al Roberto Mascachicles ése –o como se llame–, para qué elegir a un chaval o chavala que se lo viene currando desde su más tierna infancia, pastón en academias incluido. No. Al del tupé con sobredosis de laca, guitarrín de Verjusa y chaquetilla carnavalera de todo a cien. Al final, los que menos culpa tienen en todo este despropósito son el propio actor y su jefe. Ellos hicieron lo que tenían que hacer: una caricaturización de algo que en sí mismo pudiera tener un punto de ridículo, un evento que tuvo su sitio en otra época y que ahora por momentos roza la categoría de mercadillo friki (¿se escribe así?). A cada cual con sus culpas, y ni a uno ni a otro cabe achacárselas en este caso, ténganlo claro. La acusación debe dirigirse a cierto sector de ciudadanía patria (sí, no mire usted para otro lado), una masa mentalmente ociosa que ni de lejos votaría con igual entusiasmo contra realidades como el hambre en el mundo, la esclavitud laboral infantil o la lapidación de adúlteras, paparruchas al fin y al cabo. Pero sale el tipo de La Seis haciendo el gamba, y aquí nos volvemos todos locos con los mensajes. Ni medio normal.
Comentaba alguien en su momento que todo esto es consecuencia directa de lo que se ha dado en llamar “la España de Zapatero”. Un poco exagerado, para mi gusto. Esto no lo trae ni Zapatero, ni Rajoy, ni Llamazares –bastante tiene con lo suyo, pobre–. Ojalá. Si así fuera, al menos podríamos reconducir la situación con un voto a fulano en lugar de a mengano, y listo. La cosa se presenta mucho más complicada. Está incrustada en nuestros cerebros, forma parte ya de nuestro carácter, de nuestra idiosincrasia, y eso no se corrige con unas elecciones generales. La banalidad se ha instalado entre nosotros y todo apunta a que tiene la firme intención de quedarse una larga temporada. La desidia moral nos ha atrapado definitivamente. Pero no nos asiste ya ni un gramo de autoridad para quejarnos y lloriquear, porque somos todos, en mayor o menor medida, quienes hemos dejado paso a lo cutre, a lo intelectualmente minimalista, y hay cosas que no salen gratis. Los programas de crónica rosa (o rojo sangre) son seguidos con fidelidad perruna por millones de venerables padres de familia, y no hay cadena que se precie sin su espacio de supervivencia donde gana quien pierde una porrada de kilos y de paso la razón, por aquello del aislamiento. Ustedes me contarán a dónde nos lleva todo esto. A nada bueno, desde luego. Yo a veces pienso en una hipotética visita extraterrestre –nada de invasión general, una visita discreta–, la llegada de un comando de animalitos verdes y bajitos que tras cuarenta y dos años de frenético viaje por las galaxias interestelares apenas tienen unos minutos para captar aleatoriamente algunas de las características de la comunidad humana antes de salir pitando de vuelta a casa: una obra escénica, un libro, una peli… Sí, una composición musical, me han leído el pensamiento. Lo mismo pulsan el rec, les sale el Opá, yo viacé un corrá –seguro que lo recuerdan–, y se llevan la idea de que “eso” es un ejemplo fiel de quinientos mil años de historia evolutiva. (Menos posibilidades hay de que toque la lotería y una porrada de gente compra el décimo cada día). A mí es que sólo de pensar en ello se me hiela la sangre. Toda una Grecia clásica, toda una Ilustración, ni se sabe cuántas personas quemadas en la hoguera por defender lo obvio ante la cerrazón y el dogma, para que en una visita fugaz los enanitos verdosos se lleven una joyita de esas como ejemplo de nuestra Civilización. Estas cosas pasan, no se lo tomen a chufla.
Yo imagino que lo de Eurovisión se reconducirá. Tiempo hay para ello. Si se arregló lo del himno con un golpe en la mesa y ya casi nadie se acuerda del bochorno, con esto otro tanto. Sea por una retirada de los protagonistas (a poca responsabilidad cívica que les asista), sea por una intervención gubernamental (para que nos saquen nuestros representantes políticos de estos casos límite les votamos, digo yo), la crisis pasará. Mas no las tengo yo todas conmigo, por lo que de momento he tomado la dolorosa decisión de exiliarme (justo he sacado un ratito para escribir el artículo entre maleta y maleta). De momento reniego de mi nacionalidad, aunque, en aras de la verdad, debo reconocer que antes del que ya puede asumirse como el mayor fenómeno musical desde Bowie no me corría a mí precisamente orgullo patrio por las venas. Porque si acaso existe eso de “la gota que colma el vaso”, sin duda debe de ser algo muy próximo a este desaguisado. Oficial, eso sí, pues a nadie se le escapa que el ridículo lo vamos a pagar con el erario público: entre todos, para que nos entendamos. No sé a dónde dirigiré mis pasos. Por geografía, lo que más cerca me pilla es Francia, pero tampoco es que allí estén para tirar cohetes. En fin, lo de vagar por el mundo siempre fue para mí una posibilidad sugerente.
Bueno, pues ya está. Ya tenemos a un esperpento representando al país en el festival de festivales. Nos empeñamos en teñirlo todo de democracia pensando que es lo moderno y lo progre, y luego pasa lo que pasa, que la gente no tiene otra cosa que hacer, y pudiendo votar al Roberto Mascachicles ése –o como se llame–, para qué elegir a un chaval o chavala que se lo viene currando desde su más tierna infancia, pastón en academias incluido. No. Al del tupé con sobredosis de laca, guitarrín de Verjusa y chaquetilla carnavalera de todo a cien. Al final, los que menos culpa tienen en todo este despropósito son el propio actor y su jefe. Ellos hicieron lo que tenían que hacer: una caricaturización de algo que en sí mismo pudiera tener un punto de ridículo, un evento que tuvo su sitio en otra época y que ahora por momentos roza la categoría de mercadillo friki (¿se escribe así?). A cada cual con sus culpas, y ni a uno ni a otro cabe achacárselas en este caso, ténganlo claro. La acusación debe dirigirse a cierto sector de ciudadanía patria (sí, no mire usted para otro lado), una masa mentalmente ociosa que ni de lejos votaría con igual entusiasmo contra realidades como el hambre en el mundo, la esclavitud laboral infantil o la lapidación de adúlteras, paparruchas al fin y al cabo. Pero sale el tipo de La Seis haciendo el gamba, y aquí nos volvemos todos locos con los mensajes. Ni medio normal.
Comentaba alguien en su momento que todo esto es consecuencia directa de lo que se ha dado en llamar “la España de Zapatero”. Un poco exagerado, para mi gusto. Esto no lo trae ni Zapatero, ni Rajoy, ni Llamazares –bastante tiene con lo suyo, pobre–. Ojalá. Si así fuera, al menos podríamos reconducir la situación con un voto a fulano en lugar de a mengano, y listo. La cosa se presenta mucho más complicada. Está incrustada en nuestros cerebros, forma parte ya de nuestro carácter, de nuestra idiosincrasia, y eso no se corrige con unas elecciones generales. La banalidad se ha instalado entre nosotros y todo apunta a que tiene la firme intención de quedarse una larga temporada. La desidia moral nos ha atrapado definitivamente. Pero no nos asiste ya ni un gramo de autoridad para quejarnos y lloriquear, porque somos todos, en mayor o menor medida, quienes hemos dejado paso a lo cutre, a lo intelectualmente minimalista, y hay cosas que no salen gratis. Los programas de crónica rosa (o rojo sangre) son seguidos con fidelidad perruna por millones de venerables padres de familia, y no hay cadena que se precie sin su espacio de supervivencia donde gana quien pierde una porrada de kilos y de paso la razón, por aquello del aislamiento. Ustedes me contarán a dónde nos lleva todo esto. A nada bueno, desde luego. Yo a veces pienso en una hipotética visita extraterrestre –nada de invasión general, una visita discreta–, la llegada de un comando de animalitos verdes y bajitos que tras cuarenta y dos años de frenético viaje por las galaxias interestelares apenas tienen unos minutos para captar aleatoriamente algunas de las características de la comunidad humana antes de salir pitando de vuelta a casa: una obra escénica, un libro, una peli… Sí, una composición musical, me han leído el pensamiento. Lo mismo pulsan el rec, les sale el Opá, yo viacé un corrá –seguro que lo recuerdan–, y se llevan la idea de que “eso” es un ejemplo fiel de quinientos mil años de historia evolutiva. (Menos posibilidades hay de que toque la lotería y una porrada de gente compra el décimo cada día). A mí es que sólo de pensar en ello se me hiela la sangre. Toda una Grecia clásica, toda una Ilustración, ni se sabe cuántas personas quemadas en la hoguera por defender lo obvio ante la cerrazón y el dogma, para que en una visita fugaz los enanitos verdosos se lleven una joyita de esas como ejemplo de nuestra Civilización. Estas cosas pasan, no se lo tomen a chufla.
Yo imagino que lo de Eurovisión se reconducirá. Tiempo hay para ello. Si se arregló lo del himno con un golpe en la mesa y ya casi nadie se acuerda del bochorno, con esto otro tanto. Sea por una retirada de los protagonistas (a poca responsabilidad cívica que les asista), sea por una intervención gubernamental (para que nos saquen nuestros representantes políticos de estos casos límite les votamos, digo yo), la crisis pasará. Mas no las tengo yo todas conmigo, por lo que de momento he tomado la dolorosa decisión de exiliarme (justo he sacado un ratito para escribir el artículo entre maleta y maleta). De momento reniego de mi nacionalidad, aunque, en aras de la verdad, debo reconocer que antes del que ya puede asumirse como el mayor fenómeno musical desde Bowie no me corría a mí precisamente orgullo patrio por las venas. Porque si acaso existe eso de “la gota que colma el vaso”, sin duda debe de ser algo muy próximo a este desaguisado. Oficial, eso sí, pues a nadie se le escapa que el ridículo lo vamos a pagar con el erario público: entre todos, para que nos entendamos. No sé a dónde dirigiré mis pasos. Por geografía, lo que más cerca me pilla es Francia, pero tampoco es que allí estén para tirar cohetes. En fin, lo de vagar por el mundo siempre fue para mí una posibilidad sugerente.
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© mayo 2008
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