lunes, 29 de junio de 2009




UNA ENTREVISTA

KEPA TAMAMES: “El holocausto diario al que condenamos a una cantidad ingente de animales nos incapacita en buena medida para condenar otras formas de violencia de las que somos víctimas nosotros mismos”
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por Javier Montilla
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Apenas unas horas después de su nacimiento, Marilyn Monroe aparecía muerta en su apartamento de Los Angeles. Confiesa que durante años le torturó la idea de que ambos acontecimientos pudieran estar ligados en una suerte de “causa-efecto”. Pero Kepa Tamames es más que una causa-efecto. Es uno de los ensayistas más influyentes en nuestro país en cuanto a los derechos de los animales. Hace apenas unas décadas, éste era un tema marginal tratado sólo por algún filósofo solitario. Sin embargo, la llamada cuestión de los animales ocupa hoy un espacio cada vez mayor en los mass media. Realidades como la práctica de la caza deportiva, las corridas de toros, el empleo de animales para comida o su exhibición en circos y parques zoológicos han comenzado a generar un serio dilema moral difícil de ignorar. Algunos pensadores afirman que el siglo XXI será el de los animales, y es muy probable que este libro ocupe un lugar destacado en el debate. Y Kepa Tamames lo hace sin pelos en la lengua.

Activista por los derechos de los animales desde 1986, es autor de numerosos artículos de opinión sobre el binomio “ética y animales”. Ha dirigido varias campañas de concienciación social desde diferentes colectivos. Cofundó en 1993 la Asociación para un Trato Ético con los Animales (ATEA), de la que es en la actualidad presidente.

Forma parte del equipo consultivo del Gobierno Vasco en materia de protección animal, y ha dirigido diversos proyectos en este campo para la citada administración autonómica, como son la elaboración de contenidos de una página web temática, el diseño de una Guía de buenas prácticas dirigida a Ayuntamientos, Ertzaintza y EITB, la tutoría de una beca de temática proteccionista, o la coordinación de las I Jornadas Vascas de Protección Animal, cuya segunda edición prepara en estos momentos.

Ha publicado de la mano de Lucía Etxebarria Tú también eres un animal, un ambicioso proyecto editorial considerado la primera guía argumental para la defensa teórica de los animales.


Rosa Montero afirma que un pensamiento independiente es un lugar desapacible y solitario. ¿Los activistas por los derechos de los animales podrían encuadrarse en esta opinión al ser una lucha entre David y Goliat?
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Obviamente nos enfrentamos a una lucha desigual en cuanto a recursos (aunque anima pensar que su resultado pueda ser el mismo que en el pasaje bíblico). La cuestión no es tanto que resulte desigual como que resulte justa. Y la causa animalista lo es más incluso que casi cualquier otra, por cuanto el estatuto moral de los animales aúna dos factores cruciales: son inocentes y están indefensos. Los activistas por los derechos de los animales no han elegido ni las condiciones ni el campo de juego. Digamos que el escenario les ha venido dado, y ciertamente no es una lucha fácil. Pero debemos afrontarla con el arma más poderosa que poseemos: la verdad.
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¿Los beneficios terapéuticos para el hombre justifican la utilización de animales para experimentación?
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No, a menos que queden por igual justificados si se recurre a modelos humanos. Entiendo que el ideario animalista se nutre de muy pocas ideas de partida, pero éstas se muestran muy vigorosas: una de ellas es la que afirma que todos los sufrimientos son iguales (en cuanto que indeseables para las víctimas), por encima de cuestiones como a qué especie se pertenece. Mientras alguien no consiga noquear con solvencia esta base argumental, colocar a los animales por debajo del hombre será injusto. El fenómeno de la experimentación con animales pivota sobre dos realidades que no podemos soslayar: la eficacia metodológica y la cuestión ética. La primera presenta importantes grietas en su estructura argumental, como ha quedado demostrado a lo largo de la historia y sobre todo dicta el sentido común. Además, es inopinable que usando seres humanos (incluso en las mismas atroces condiciones en que mantenemos hoy a los animales) obtendríamos datos más fidedignos y a mayor velocidad. ¿Qué nos lo impide?: la ética. Pero una ética homocéntrica, en sí misma no más plausible que otra de naturaleza “androcéntrica” o “blancocéntrica”, si se me permiten las expresiones. Esta vía nos lleva a la cuestión del dolor que mencionaba. Al final, la esencia de la vivisección como fenómeno es un estúpido intercambio de dolor por dolor, del que provocamos a la cobaya para –supuestamente– aliviar el del humano. Y luego queda pendiente el fleco de la responsabilidad que tenemos que asumir en nuestra calidad de ciudadanos. Pensemos que una parte sustancial de las dolencias que padecemos son fruto directo de la puesta en práctica de actitudes y comportamientos que sabemos nos enferman, como el estrés, una alimentación inadecuada o la ingestión de sustancias tóxicas. Ante un escenario tan grosero, ¿de verdad creemos que nos asiste el derecho de hacer pagar a otros nuestras irresponsabilidades?


Usted afirma que el altruismo no suele enriquecer al que lo practica. ¿Vivimos en una sociedad en que el altruismo es una utopía?

Por fortuna no se trata de una utopía, pues una parte significativa de la población lo practica en algún grado. Es un valor, como lo ha sido siempre. Y una esperanza ante tanta miseria. Hacer el bien por la propia satisfacción moral de hacerlo es de las pocas cosas que nos quedan a los humanos en nuestra condición de animales éticos. Por supuesto que actuar de manera justa no es rentable económicamente, pero ¿quién lo desea? En un mundo materialista hasta lo obsceno, deberíamos conceder mayor importancia a virtudes en crisis como la solidaridad, lo que de verdad supone irse a la cama con la conciencia tranquila. Supongo que eso no tiene precio.
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El trato a los animales es un buen indicador de la madurez moral y del desarrollo ético de una sociedad, decía Gandhi. ¿España está a años luz?

No somos precisamente el paradigma de la consideración hacia los animales, pero tampoco es cuestión de rasgarse las vestiduras, entre otras cosas porque los animales saldrían perjudicados. El trato a los animales constituye una asignatura pendiente en la sociedad humana en general, y no solo en la española. El holocausto diario al que condenamos a una cantidad ingente de animales nos incapacita en buena medida para condenar otras formas de violencia de las que somos víctimas nosotros mismos. Con frecuencia, ni los propios animalistas son conscientes de la verdadera dimensión que alcanza su lucha. Nada que la comunidad humana haya cometido en algún momento de su historia evolutiva resulta tan execrable como la violencia institucionalizada en que ha convertido su relación con los animales. Por eso la reflexión de Gandhi es tan pertinente. A mí también me cautivaron siempre las palabras de Kundera en su maravillosa obra La insoportable levedad del ser, donde piensa en voz alta sobre la verdadera esencia de la bondad humana, que él identifica en la relación con los que no representan fuerza alguna, con quienes no pueden defenderse, con aquellos que se encuentran a su merced: los animales. Creo que todo lo que cabe decir sobre nuestro comportamiento con ellos bien puede derivarse de este pensamiento.
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Usted se refiere a la situación actual de muchos animales como un holocausto del siglo XXI. ¿Resulta comparable en cierta medida al holocausto nazi?

Desafortunadamente para los animales, su holocausto es notablemente peor, y esto es así con independencia de que lo afirme yo o cualquier otra persona. Se calcula que un número no inferior a tres mil animales mueren cada segundo a manos del hombre por motivos triviales que tienen que ver con los espectáculos, con la experimentación, y sobre todo con la comida. A mí me resulta objetivamente imposible digerir esta cifra, y pienso en la irrepetibilidad de cada uno de esos seres, convertidos en simples números diluidos por la estadística. Asumo el descenso hasta el individuo como una obsesión. ¡Tres mil cada vez que pronunciamos tres mil! Mientras respondo a esta entrevista tengo a mi lado a Koska, la perra con la que convivo desde hace casi doce años, y me desazona pensar en su desaparición física. Pero al menos me consuela saber que su vida es digna, como supongo es la mía. Cuando ni ella ni yo estemos aquí, la gente podrá decir que nuestras vidas fueron en general experiencias agradables, donde el fiel de la balanza se inclinó hacia lo positivo. Nada de esto puede afirmarse de cada uno de los protagonistas que se ocultan discretos tras la demoledora cifra que mencionaba. Hablaba antes de Milan Kundera, y rescato ahora a Isaac Bashevis Singer, otro escritor centroeuropeo, quien afirmó por boca del protagonista de su cuento El escritor de cartas que, respecto a los animales, todos los humanos somos nazis, y que hemos acabado convirtiendo sus vidas en un eterno Treblinka. Singer sabía de qué hablaba.
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¿El toro de lidia es una raza o una aberración genética?

No tengo ni idea, y un más que discreto interés por saberlo. En cualquier caso, creo que ni siquiera se trata de una raza como tal. Determinados toros son “de lidia” porque los destinamos a ello. Así de simple. Pero en Coria son “toros diana”, por motivos que supongo no es necesario explicar. Y en caso de suponer una aberración genética, no lo serán en mayor grado que nuestros queridos perros. Ni a Koska ni a mí nos importa que ella sea una aberración de esas (quizá lo sea yo mismo), sino que podamos llevar unas vidas razonablemente satisfactorias. Imagino que los deseos de un toro no pueden ser muy distintos.


Algo no funciona en este país cuando sectores de la población reprenden más a los que defienden a los animales que a los maltratadores o matadores (en el caso de los toreros) que llenan páginas y cuñas de radio en los medios audiovisuales como héroes. ¿A qué lo atribuye?

A nuestro estrepitoso fracaso como especie. Suelo decir que una de nuestras características es que nos pasamos media vida recreándonos en la sacrosanta racionalidad, y la otra media demostrando lo contrario. La estupidez mental que nos caracteriza ha alcanzado cotas oceánicas. Hemos acabado actuando como guiñoles, sin percatarnos siquiera de que son nuestras propias manos las que manejan los hilos. Todo esto es tan absurdo como parece, y los ejemplos que usted expone lo atestiguan, en referencia a la actitud que adopta muchas veces la gente en ciertos temas. Parece claro que aquí lo que se premia es la inacción, la pasividad, o incluso la violencia hacia los más débiles, en lugar de señalar con el dedo al que actúa de forma incorrecta. Ni siquiera somos capaces de identificar el bien del mal, y eso nos coloca al borde del abismo. En cualquier caso, y por aportar unas gotas de optimismo, diré que es precisamente este panorama sombrío el que ha de servirnos de acicate. No hay otra. Quedarnos cruzados de brazos nos convierte en cómplices, y no debemos olvidar que ése es un rol necesario a la hora de perpetrar cualquier crimen.


El toreo es una tradición, dicen los taurinos. Pero la ablación del clítoris en determinados países de África o el circo romano también son o fueron tradiciones y no tienen justificación. ¿No le parece?

Claro que sí. La recurrente terna tradición-cultura-arte parece constituir una base sólida para la defensa de según qué realidades lesivas para los animales, y apenas pasa de ser un frágil castillo de arena. Nunca me he opuesto a que las tres cosas sean ciertas (lo que me ha granjeado ciertas antipatías que consigo sobrellevar, dicho sea de paso), incluida la cuestión del arte. Cualquiera de estas cuestiones no es ni buena ni mala. Alguien lo reduciría a un escueto “depende”, y me parece un buen resumen. Usted menciona con tino la mutilación genital femenina, pero la lista de ejemplos de tradiciones que son al mismo tiempo ignominias es deprimente. Yo creo que cuando se abrazan cosas tan gruesas –por minimalistas– como la justificación de algo por el mero hecho de ser tradicional, sus responsables exhiben un cierto de grado de maldad, pues me resulta difícil admitir que incluso los taurinos se crean razonamientos de este pelaje. Sucede que a veces, cuando todo lo demás falla, nos agarramos a un clavo ardiendo para seguir disfrutando de nuestras prebendas, y es entonces cuando el tejido argumental se resiente. Imagino que, en cualquier caso, supone una excelente señal. Soy de los que piensan que cualquier victoria ética ha de pasar indefectiblemente por dos fases: la teórica y la fáctica. En cuanto al tema que nos ocupa, la primera hace ya mucho que tiene un claro vencedor, y son los animalistas. La segunda será su consecuencia lógica, pero por desgracia no vendrá de manera inmediata.


Algunos intelectuales afirman que los animales no pueden tener derechos por cuanto no disponen de obligaciones.

Lo que entonces tenemos que concluir es que el propio término “intelectual” se encuentra severamente devaluado. La cuestión de los derechos es tan complicada como decidamos que sea. Un derecho es ante todo una herramienta moral y solo eso. Podemos conceder derechos a lo que nos venga en gana (aunque conviene que nuestra decisión esté apoyada por una mínima racionalidad). La vinculación entre derechos y deberes existe, naturalmente. Lo vemos cada día en multitud de ejemplos de los que somos protagonistas. Nos asiste el derecho a ver un concierto si hemos satisfecho la obligación previa de pasar por taquilla, o a votar en unas elecciones si pertenecemos formalmente a esa comunidad política. Estamos hablando entonces de los “derechos condicionados”, que existen, ya lo he dicho, pero que no son los únicos. No exigimos a los niños recién nacidos ninguna contraprestación para que les sean reconocidos derechos tan plausibles como el concerniente a la integridad física. A nadie se le ocurriría –espero– afirmar que los bebés humanos no tienen derechos porque son incapaces de satisfacer determinadas obligaciones (en realidad, ninguna). En tal sentido, los animales son sin duda bebés humanos. Empeñarse en vincular ambas cosas no pasa de ser un acto deshonesto con el poco virtuoso objetivo de hacer coincidir nuestros deseos con nuestros intereses más mundanos. Pero eso es algo que nos deja muy lejos de la racionalidad bien entendida. Al final, que concedamos derechos a quienes se beneficiarán de ellos es un simple ejercicio de generosidad moral. ¿No le parece?
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© junio 2009
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(*) Junto con los ornitorrincos –y por razones que no procede desvelar aquí–, los periodistas constituyen sin duda una de las comunidades zoológicas más extrañas que conozco. Sin embargo, fue un placer contestar a este cuestionario que me envió el periodista y escritor Javier Montilla, debido sobre todo a sus preguntas juiciosas y directas (me encantaría poder decir lo mismo de las respuestas). Generalmente las entrevistas sobre la llamada “cuestión de los animales” suelen estar plagadas de interpelaciones entre surrealistas y kafkianas. Hablo de mi experiencia personal, pues cada cual tendrá la suya. Pero puedo contar con los dedos de una mano las que a lo largo de casi veinticinco años me parecieron simplemente razonables. Ésta es una de ellas, y por ello la he elegido.
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2 comentarios:

  1. Excelente entrevista. Ciertamente es para leerla a menudo. Te felicito. Nacho

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  2. Hace falta tanta gente así...De hecho creo que la hay, pero muchos se dejan llevar por las tradiciones sociales. Es más fácil. Demasiados dolores de cabeza puede traer el luchar contra de una tradición. Los taurinos son "cuatro gatos"; los que estamos en contra de esa masacre y lo proclamamos"cuatro gatos", los que dejan pasar el asunto porque "no le gustan las corridas pero con no ir lo arreglo porque luchar exige un esfuerzo" miles y miles.
    Una vez mi padre me dijo que no nadara contra la corriente. Simplemente le contesté: "Esa es tu corriente no la mía"

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