jueves, 18 de febrero de 2010



RACISMO FICTICIO
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Se hacía público hace poco el enésimo estudio sobre racismo y xenofobia (acaso dos caras de la misma moneda) en nuestro ámbito geográfico, y a uno le asaltan ya a estas alturas serias dudas sobre si en según qué trabajos de investigación los resultados están decididos antes incluso de su elaboración. Porque no se entiende la absurda manía que nos ha cogido con esto de que somos racistas. (Los blanquitos europeos respecto a los morenitos venidos de fuera, entiéndase, pues al parecer resulta ontológicamente imposible ser emigrante y xenófobo: valiente idiotez).

A mí lo que me inquieta sobremanera es la insultante relajación con la que admitimos nuestra supuesta naturaleza racista, a pesar de que tal condición supone en la práctica una de las formas más repugnantes de injusticia de la que pueda acusarse a la comunidad humana. Mas la cuestión de fondo pasa también por ver si en realidad somos tan racistas como afirman los estudios, o incluso si lo somos en algún grado. Yo, sin ir más lejos, no atisbo por ningún lado ese racismo del que se nos acusa. Y soy consciente de que esta mera percepción me convierte a los ojos de no pocos intelectuales oficiales –de los que cobran por serlo, quiero decir– en el peor de los reaccionarios, cuando no directamente en facha. Pero tampoco me voy a cortar las venas por ello, como podrán comprender. Es lo que hay.
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Cuando se debate sobre cuestiones importantes –y el racismo lo es como pocas–, conviene dejar sentado de qué estamos hablando: qué entendemos por “racismo”, en otras palabras. Imagino que quienes tenían vetada la entrada a determinadas playas en la Sudáfrica de no hace tantos años, o aquellos que no podían cursar estudios en la Norteamérica de los años sesenta, se estarán partiendo la caja ante el “terrible” racismo que al parecer se estila por estos lares. ¿Conocen ustedes a alguien que impida la entrada de nigerianos, de magrebíes, de sudamericanos, de finlandeses, en su establecimiento? ¿Alguien al que se le niegue la matrícula en la escuela por el color de su piel o por su adscripción cultural? ¿Saben de algún vecino molesto por el ruido que arman los inquilinos de arriba, encantado de la vida con idéntico estruendo tras enterarse de que los gamberros, en lugar de aceitunados y extranjeros, son rubios y locales? Yo tampoco. Ni los políticos que se abonan al discurso conveniente y a quienes un micrófono abierto les juega una mala pasada. Ni los periodistas que, bajo nómina, escriben una cosa y piensan otra bien distinta, de algo hay que vivir. ¿Creen los responsables de estos estudios amañados que vamos a sentir repugnancia moral hacia quien rebana el clítoris a su hija “sólo” porque es islamista? Nos han tomado por imbéciles. Quizá porque de verdad somos imbéciles.

Urge en consecuencia acuñar una definición consensuada del término racismo, no vaya a ser que estemos emitiendo juicios dispares y hasta antagónicos sobre un mismo fenómeno y todos tengamos razón. Y quiero suponer que tal absurdo no procede, pues entiendo que la verdad sigue siendo, en principio y sin otras connotaciones periféricas, siempre deseable.
El racismo como puesta en práctica de una discriminación arbitraria se nos presenta tan condenable, que flirtear con él –verlo donde no existe– resulta harto preocupante. ¿Se han preguntado alguna vez por qué los antropólogos eluden de manera sistemática la cuestión del racismo? Yo sí, y he de confesar que no encuentro una respuesta que me satisfaga. (Lo que no significa que no deba seguir preguntándomelo, nótese la diferencia). Ellos prefieren hablar de “etnocentrismo”, hasta donde yo sé, una práctica comunitaria no escrita tan antigua como la propia Humanidad. Y tal vez lo sea por lo eficaz que siempre resultó a la hora de defender los intereses propios: pura y jodida supervivencia. Creo que quien más quien menos se aliaría con el mismísimo diablo si ello beneficiase a todas las partes. ¡Sólo faltaba! Pero considero a la par que la papilla de la dichosa “alianza de civilizaciones” es un trágala por el que una razonable mayoría no está dispuesta a pasar. Y no percibo estar precisamente solo en tan particular apreciación. De lo contrario, ya me explicarán ustedes la razón por la que habríamos de condenar el ahorcamiento público de ladrones o la lapidación de adúlteras, con independencia de la comunidad cultural donde tengan lugar.

Hemos acabado asumiendo con pasmosa naturalidad que los occidentales (no se me ocurre otra acotación) somos racistas por naturaleza, mientras que las otras comunidades únicamente pueden ser víctimas de nuestras miserias culturales. ¿De verdad nos hemos tragado que las demás razas están vacunadas contra tan detestable sesgo? ¿Por qué entonces esos estudios ni osan sugerir que la tara racista puede darse por igual en cualquier comunidad política, sea local, inmigrante, negra, blanca o amarilla? Demasiada gente vive en nuestra sociedad del racismo ficticio. Los responsables de tales estudios saben que el diagnóstico está hecho antes siquiera de perfilarlo, antes lo decía. Las Administraciones saben que decir ciertas obviedades contraviene el decálogo de lo políticamente correcto. Como bien lo saben determinados colectivos civiles que se encuentran cómodos en la ramplona afirmación del “sí, somos la mar de racistas”. Y no les va tan mal.
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© febrero 2010
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1 comentario:

  1. Hola Kepa, creo que para ser racista no hace falta ir ahorcando a gente por las esquinas. Racismo tambien es el estado mental por el que nos creemos con ciertos derechos sobre otras personas que no pertenezen a nuestra raza; Por ejemplo, es racismo cuando le dan un piso de protección oficial a un negro o gitano y yo considero que no es justo y, sin embargo, en las mismas circunstancias no siento lo mismo si se lo dan a mi vecino. Racismo es aceptar que los inmigrantes asuman ciertos trabajos que nosotros no queremos pero ponemos el grito en el cielo cuando los vemos en trabajos que consideramos "nuestros" porque entonces se oye eso de "vienen a quitarnos el trabajo". No creo, sinceramente, que aceptemos en igualdad de condiciones a la gente de otras razas. De todas formas el racismo no tiene porque ser siempre mal intencionado al estilo fascista, la incultura también es un factor importante.

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