viernes, 10 de octubre de 2014



JODIDAS PREGUNTAS TRAS EXCÁLIBUR

  
Pasado el tsunami emocional, llega el momento de la reflexión; de separar el grano de la paja respecto a lo que podríamos denominar Caso Excálibur.

Apenas un mes después de la gran movilización contra el infame Torneo del Toro de la Vega, el mundo vuelve a poner sus ojos en España por algo relacionado con el maltrato animal y con la defensa de sus víctimas. Cientos de miles de ciudadanos han firmado para que no se sacrifique a Excálibur, el perro de la auxiliar de enfermería infectada por el maldito ébola. Responsables sanitarios de la Comunidad decidieron, sin apenas consultas ni aun menor remordimiento de conciencia, el sacrificio del animal, como primer paso de la desinfección de la vivienda. No se sabe [con la necesaria certeza científica] que los perros actúen de vectores biológicos para la trasmisión de la enfermedad, pero ¿qué importa? A pesar de los avances en sensibilidad animalista, los perros siguen teniendo en nuestra sociedad un muy bajo estatuto moral, y es por ello que, desde una perspectiva de rédito político, bien vale una eutanasia a tiempo –por muy arbitraria que sea– que la pérdida de un puñado de votos.

Un nutrido grupo de personas se manifestaron frente al domicilio donde Excálibur llevaba encerrado un par de días, tratando de aportarle un  granito de esperanza, y vomitando al tiempo su rabia contenida por tanto crimen impune. Imagino a esa gente voluntaria de albergues para animales abandonados, donde escasean los recursos y sobran los desheredados. Viven allí como un gran clan, conocen los nombres de cada uno de los residentes, y estos lamen las manos a sus cuidadores como lo que son: ángeles.

¿Van a ordenar el sacrificio de todos los perros de Alcorcón? Porque imagino que serán unos cuantos los que han tenido contacto más o menos directo con los efluvios de Excálibur, como de hecho unos cuantos serán los vecinos que coincidieron con él en el ascensor, en el parque o por la acera. Pero bastante más preocupante que el contacto con el perro es el contacto con su tutora, que al parecer pudo infectarse con un leve roce del guante en la cara mientras se desenfundaba su traje galáctico. ¿Van a sacrificar también a Javier, adhiriéndose al sesudo protocolo del “por si acaso”? Puestos a preguntarse, a uno le entra la desazón y acaba por dudar de si acaso no sacrificaron de facto a los religiosos fallecidos, y nos han colado una versión tan oficial como falsa…

Tocado el fango, pensemos que el perverso caso de Excálibur puede dejarnos ciertos “brotes verdes” en lo que a la ética comunitaria concierne. No es mala cosa que España sea lo mismo ejemplo sangrante de malos tratos a los animales en la misma o similar medida que lo es en el apartado de compromiso y militancia. Por tanto, y siendo gratis, casi mejor si optamos por ver la botella medio llena, reconociendo que hace apenas una década hubiera sido impensable este pollo mediático “por un perro”.

Pongámonos en lo peor. Supongamos que, en efecto, Excálibur fuera no solo portador del virus, sino que su capacidad de transmisión fuera similar a la que de hecho es entre humanos. ¿Cuál es la diferencia entre que te contagie un perro, una salamandra o un cuñado? Desde un plano biológico, ninguna. Desde uno moral, también está claro: que unos son humanos y otros no. En realidad, la simpleza del panorama no ofrece algo distinto a la segregación por causa de raza, sexo o nivel social. La arbitrariedad es siembre arbitrariedad. Y el sufrimiento es siempre sufrimiento.

En mi opinión, no se trataría tanto de cuestiones sociosanitarias –que también– sino más bien éticas. Cada uno tendrá sus razones para preferir la muerte o la vida de Excálibur, y a su vez, dentro de esta última, subsiguientes motivos, que pueden surgir de la mera solidaridad ( sin matices de especie) o del más prosaico deseo de salvar tu pellejo a costa de lo que sea, siempre que sea de los otros. Pero a mí, de momento, lo que más me indigna es que a diario cientos de animales que sufrieron un abandono impune reciban una segunda y definitiva condena: la inyección letal. Simplemente no puede ser que ahora adornen la ejecución de Excálibur con la excusa de la salud pública, mientras un ejército de inocentes pasa por la misma situación porque la Administración no quiere gastarse los cuartos que supone aplicar una estricta justicia. ¡Si no somos capaces de generar más empatía comunitaria, aquí la pensión de las víctimas la pagamos todos a escote!

¿Cómo recibiría Excálibur a esos seres extraños embutidos en ropa espacial? Seguro que al oír los primeros ruidos en la puerta imaginó en su cabecita a Teresa y a Javier con las llaves en la mano, disculpándose por haber tardado tanto y prometiéndole un largo paseo por el parque como desagravio. Seguro que, pasados los primeros segundos, incluso a esos extraños les movió amigablemente la cola. Estaría bien que los operarios nos relataran al detalle el encuentro con un perro potencialmente peligroso que lleva cagándose y meándose en la terraza dos días. ¡Que nos lo cuenten!  

¿Nos mirarán ahora de reojo los miserables de turno cuando paseemos a nuestros perros, como si portáramos al otro lado de la correa un saco infecto? ¿Saldrán ahora en el África Subsahariana a la caza indiscriminada del perro sarnoso? ¿Entenderemos ahora por fin que los perros son para muchos y muchas sus amigos, sus compañeros; en definitiva: su familia? Se me ocurre un montón más de jodidas preguntas tras Excálibur… pero son políticamente incorrectas.


[*] Escribí este artículo para el magacín AllegraMag.



© octubre 2014



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