viernes, 30 de enero de 2015

 


 POR SUS CACAS LES CONOCERÉIS

 


Los operarios descienden del coche oficial, abren el portón trasero, se enfundan los guantes de látex y recogen el equipo. Apenas unos segundos después obtienen la primera muestra: una cagarruta (se supone que de chucho local, pues si es foráneo o de especie no canina, de nada sirve). Con gesto contrariado, retiran el zurullo en una bolsa individual, en cuya etiqueta externa apuntan algo, y continúan con la recolección. Con un par de docenas de “setas” a buen recaudo, regresan al vehículo y devuelven el kit a la cabina posterior. Pasan por el laboratorio antes de continuar la ronda, pues no es cuestión de llevar la “cosecha” encima durante el resto de la jornada, y esperan que su jefe les destine a mejores misiones.

La escena se desarrolla en Xàtiva (Alicante), donde las autoridades locales decidieron acabar por la brava –a golpe de Ordenanza– con la muy insana costumbre de dejar las deposiciones caninas tal que ahí, donde su legítimo (e inconsciente) dueño decidió aliviarse. El tema no es baladí, tenida en cuenta la importante demografía perruna de nuestros pueblos y ciudades. En tal sentido, me encuentro entre los convencidos de que una significativa mayoría recoge de forma preceptiva los restos orgánicos de su amigo y los deposita en la papelera más cercana. Pero es que aun siendo mínimo el porcentaje de guarretes, la cosa resulta insoportable. Porque una décima parte de mierda es un buen montón de mierda, reconozcámoslo. De mil evacuadores –a dos por jornada–, son doscientas deposiciones que nadie quisiera no ya en el pasillo de su casa, sino meramente frente al portal del edificio.

La presencia de “material escatológico sólido” se ha visto reducido a la cuarta parte en la localidad. Lo cual apoya la vieja teoría de que no hay nada como que nos amenacen con meternos la mano al bolsillo para que adquiramos de súbito un comportamiento cívico hasta entonces desconocido. ¡Ya nos vale!

Manifiesta ufano a la prensa el Concejal de Seguridad Ciudadana que ”La responsabilidad de tener una mascota significa tener que cuidarla en casa y también en la calle. Porque hay personas que no tienen mascota, y no tienen por qué soportar sus excrementos”. Habla el edil como si de un especialista en “perros que cagan en la calle con dueños que no lo recogen” se tratase. Vamos a ver… Que yo sepa, al perrillo se la trae al pairo que recojas el mondongo o que lo dejes allí como muestra de arte perecedero. Parece claro que se trata de una cuestión de urbanidad, de higiene, de civismo… Pero quede también claro que con recogerlo no cuidas más a las “mascotas”, sino a tus conciudadanos, quienes, por cierto, lo merecen como los que más. Mejor si nos aclaramos con los conceptos y hasta con las ideas, porque de lo contrario esto es un lío. Por otro lado, señor concejal, piense que eso no tiene necesidad de aguantarlo nadie, con independencia de que tenga “mascota” o no. La urbanidad es la urbanidad, convivas con un chucho mil-leches o con tu tío del pueblo. Es como si el mismo concejal adujera en defensa de una campaña municipal contra las pintadas que “Hay personas que no hacen grafiti, y no tienen por qué soportar que otros ensucien las paredes”. En fin…

Esta noticia me suscita al menos dos reflexiones. En primer lugar, me pregunto qué razones puede aducir alguien para, tras ver a su tutelado husmear frenético, elegir espacio, encorvar el lomo y soltar el regalito, dejarlo allí. ¡Con un par! Ni aunque fuera un fanático del abono natural tendría justificación, pues los fanatismos, como tales, no deben afectar a la comunidad toda, particularmente si la comunidad toda está de acuerdo en que eso es una cochinada sí o sí.
40.000 euros de inversión. “Y si hace falta invertir más, lo haremos”, añadía. No es moco de pavo la cifra. Y me hago ahora, de sopetón, la segunda reflexión: ¿cuánto habrá gastado el citado Ayuntamiento en campañas antiabandono; cuántas serán las multas impuestas por maltrato animal en la localidad; qué partida presupuestaria destinará a subvencionar la labor de los colectivos proteccionistas locales (que al fin y al cabo hacen una labor que correspondería en pura lógica a las diferentes administraciones)? Me apuesto algo a que poco o nada. Esta es la desvergüenza de quienes nos gobiernan: que no acaban de distinguir entre lo importante y lo esencial. Que muestran ante las cámaras su verdadero nivel intelectual y ético, sin dobleces ni perifollos.

Así nos va…


[*] Escribí este artículo para la sección BICHOS, del magacín digital AllegraMag.


! enero 2015

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