lunes, 14 de septiembre de 2009


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GAZAPOS
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Traigo esta vez a colación un programa sobre cine que emite semanalmente desde hace años el segundo canal de la televisión pública vasca. Seguro que algunos de ustedes lo siguen con fidelidad, porque las pelis que emiten suelen ser entretenidas, y además porque como previa nos regalan de paso una producción extra donde lo mismo hablan de la vida amorosa de actores y actrices que nos cuentan las increíbles vicisitudes por las que pasó el rodaje de tal o cual filme. Estamos ante el típico espacio para cinéfilos incondicionales que –opinión muy personal–, sin ser excelso, aprueba con holgura.
Pero hete aquí que hace algunos programas su presentador se adhirió a la siempre agradecida fórmula de los gazapos en el séptimo arte. Sí, me refiero a esas incomprensibles meteduras de pata que se dan hasta en las mejores familias, incluidas las superproducciones hollywoodienses, donde invierten sumas astronómicas en detalles de vestuario y luego se les escapa que el conductor de la cuadriga luce un mareante rolex en su muñeca izquierda. Y como complemento, nos ofreció el bueno de Félix otro subespacio, éste dedicado a las capitales vascas como escenario natural de películas extranjeras. (Ya llegamos al meollo del artículo, no se impacienten). Cuando le tocó el turno a Gasteiz (la tercera por orden de aparición, seguro que cosas del azar, ningún mal pensamiento), el presentador nos ilustró, encantado de la vida, sobre el lugar del rodaje, un céntrico punto de encuentro conocido por locales y foráneos: la Plaza de la Blanca. [¿¡!?] Y por si no había quedado claro –sabido es que en periodismo el subrayado resulta fundamental–, Félix lo afirma hasta en cuatro ocasiones, lo que como mínimo demuestra que quien hablaba no tenía ni repajolera idea de cuál era el verdadero nombre del citado lugar. Y no satisfechos, aparece sobreimpresionado en la pantalla coronando una postal ad hoc, para rematarlo. De hecho, la página web de la cadena lo tiene así colgado a la hora de escribir estas líneas. Siendo vitoriano de nacimiento y no habiendo residido jamás en otra ciudad que no sea ésta, confieso avergonzado desconocer a qué plaza se refería el presentador. Que yo sepa, ningún rincón urbano por estos lares tiene asignado tal nombre; no desde luego la explanada que aparecía en blanco y negro como fondo de las imágenes de la película en cuestión. Bien es cierto que pudiera tratarse de una cerrazón personal del presentador (en cuyo caso debería cesar en su función), que quizá no haya visitado nunca la ciudad y hasta es posible que no tenga interés alguno por abonarse al mínimo rigor que en teoría se supone ha de caracterizar a todo periodista, sea éste excelente o mediocre. Pero uno entiende que estos programas tienen un amplio equipo detrás, y que si no es uno será otro quien corrija los errores cuando se producen, porque humanos somos todos. ¿Nadie advirtió raro el nombre de la plaza donde se reúnen año tras año cincuenta mil almas para compartir el inicio de cierto evento festivo televisado en directo por la misma cadena de la que hablamos?

Cuando de despropósitos se trata, conviene encuadrar los hechos en su escenario. Porque no estamos hablando de remotas zonas del planeta, de una ciudad perdida en el medio oeste de Manchuria, o de cierto poblacho aborigen en la ya de por sí ignota Australia. No. Hablaban de la capital de un país pequeñito del sur de Europa, la misma capital y el mismo país que le paga al susodicho religiosamente a fin de mes su sueldazo con el dinero de todos y todas.
Tómese cada cual los hechos según le parezca, pues libres somos todos para que nos parezca bien, mal, o por el contrario nos deje indiferentes. Pero yo me niego a aceptar que la cosa se quede en mera anécdota. Son muchos años, uno se va haciendo –si no viejo– mayor, y aprecia que ciertas realidades no cambian demasiado con el paso del tiempo. Esto viene ya mascadito, pues no será la primera vez que a las cuadrillas de blusas las llaman “peñas” y que a nuestras fiestas patronales las rebautizan sin permiso de los interesados con el nombre de “Semana Grande”.
Es en ocasiones como ésta cuando me viene a la memoria un viejo amigo que dejó de serlo –por razones que no viene a cuento relatar–, quien a veces gritaba puño en alto un sonoro Gora Araba askatuta!, y al que yo no conseguía entender tan extraño comportamiento. El hecho es rigurosamente cierto, pero tómenlo como una broma a efectos del presente artículo.

¿Que cuál es el problema? Pues miren, a fuerza de ser sincero y tratándose como se trata de los hermanos del sur, al parecer ninguno. Porque –llámenme suspicaz– me niego a creer que la misma cadena y el mismo espacio se atrevan a hablar de la Calle Mayor refiriéndose a cierta arteria principal de la muy noble villa vizcaína, o de la Playa de Concha si de nominar el litoral donostiarra se trata. Porque aquí nos conocemos todos. Es lo que tiene vivir en un país tan pequeñito.
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© septiembre 2009
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